Patricia Sutherland

presenta su

Serie Sintonías





GLAM MAGAZINE


Febrero 2007



Jason Brady: afortunado en el juego,
privilegiado en el amor.


Cuando le preguntaron a Jason Brady, el flamante entrenador de los Tigres de Arkansas, si consideraba que haber conseguido ensamblar un buen equipo en tiempo récord y mantenerlo en buena posición a pesar de la plaga de lesiones que sufren desde el primer partido, era el logro más difícil de su vida, él contestó con su sonrisa seductora y su talante de ganador "No, hombre… Mi logro más difícil fue que mi chica me dijera que sí". Cuentan que la sala de prensa estalló en carcajadas: además de su gran sentido del humor, hasta los cronistas hombres admiten que no es precisamente del tipo al que las mujeres le dicen "no". Pensaron que había sido una broma, una al mejor estilo Jason Brady.

Reconozco que cuando me encargaron escribir un artículo de contenido humano sobre él, no sabía quién era. Su nombre me sonaba, pero nada más. Y también reconozco que cuando abrí la carpeta con material gráfico que me hicieron llegar de la redacción y vi sus fotografías se me fue el alma a los pies ¿qué historia de contenido humano podía haber detrás de un dios griego tamaño doble XXL con aspecto de tener un ego tan grande como su cuerpo y de haber dejado un rastro equivalente de corazones partidos?

Ahora, tres meses después, no solamente creo que hay una historia importante en su vida, sino que lo verdaderamente importante de su vida pasa, precisamente, por esta historia. Y puedo afirmarlo de forma categórica porque Jason Brady ha leído el borrador de este artículo, señaló lo incorrecto tal y como acordamos, y esto lo dejó intacto. Me explico.

Las personas relacionadas con el mundo del fútbol americano saben que dedica muy poco tiempo a hablar con la prensa, lo que de forma tácita, limita el tema a lo profesional más inmediato. No obstante, su oficina lleva una política clara de puertas abiertas en la que si dices que eres periodista y quieres entrevistar a Jason Brady, se te da día y hora sin ninguna clase de filtros. A mí me recibió, me escuchó y me indicó de forma inapelable que no usaba tiempo profesional para hablar de su vida personal ni mezclaba vida personal con periodistas, pero en un gesto que honra su inteligencia me dijo, textualmente, mientras me acompañaba a la salida: "haz tu trabajo de investigación y escribe el artículo. Cuando lo tengas, envíamelo. No voy a añadir nada pero si algo está mal, te lo señalaré sobre el papel". Eso hice. Así que aunque seguro que a esta historia le faltan pinceladas jugosas, se ajusta a la realidad según su protagonista y aún sin esas pinceladas sigue siendo una de las que dejan buen sabor de boca.

La huella poderosa e indeleble que los ángeles dejan a su paso.

El apellido Brady inspira un profundo respeto en Camden, Arkansas, donde nació, creció y vive Jason Brady. Un respeto que no tiene que ver ni con el fútbol americano ni con la música country, de cuyo firmamento su hermana, Amanda, es una de las estrellas más brillantes. Tampoco con el rancho Brady, el complejo agrícolo-ganadero más importante de la región, eficazmente dirigido desde hace nueve años por Mark, el hermano mayor de Jason.

Tiene que ver con la compasión y como reza el título, con la huella poderosa e indeleble que los ángeles dejan a su paso. Concretamente dos ángeles: Eileen y John Brady. Cuando pregunté por los padres de Jason en Camden, me los describieron así: "imagine dos ángeles tamaño grande, luego suprima las alas y ya tiene un retrato robot de Eileen y John".

Este matrimonio, que lleva casado treinta y cinco años, ha tenido la casa llena de niños desde el primer momento con hijos propios y ajenos. Según el Servicio de acogidas de Camden, la huella compasiva de estos dos ángeles ha marcado ya la vida de ciento veintitrés niños ajenos.

Y de que se trata de una huella poderosa, no tengo la menor duda. Sus hijos biológicos: Jason, Mark y Amanda continúan viviendo junto a Eileen y John, en el rancho. Todos ellos no solo han participado de forma activa en la integración familiar de los niños que sus padres acogían, sino que uno, Mark, es a su vez, padre de acogida. Cuando los Tigres de Arkansas juegan en casa, no es raro encontrar en las gradas a los Brady en pleno con sus niños de edades y aspecto de lo más diverso.

Y en cuanto a los ajenos, de los ciento veintitrés niños que han acogido, más de la mitad, ya mayores de edad, siguen en contacto habitual; diez han vuelto al rancho y trabajan con los Brady, y una regresó por propia decisión cuando cumplió los dieciocho, nunca volvió a dejarlos y es desde hace dos meses, de hecho, una Brady: Gillian, la esposa de Jason.

Sí. Jason Brady y la que hoy es su esposa se conocieron la Navidad de 1992, cuando el servicio de acogidas -o el destino- le asignó a sus padres el cuidado y custodia de una niña, Gillian McNeil. Ella tenía 13 años; él 16.

Belleza, riqueza, éxito... ¿y el amor? Cupido, el gran desafío de los hermanos Brady.

Los estudiosos de la mente humana coinciden en que inconscientemente tendemos a repetir los patrones afectivos del entorno en que crecemos: es lo que conocemos, lo que nos es familiar, y lo que repetimos.

Esto se verifica en el desamor y la violencia. Pero ¿qué sucede cuando creces en un entorno seguro y afectivo, donde los roles están perfectamente definidos, sin fricciones, sin egos? ¿qué sucede cuando eres capaz de reconocer un amor profundo en cada mirada que se dedican tus padres, en cada palabra, en cada caricia? ¿qué sucede cuando eres capaz de reconocer ese mismo amor, ese mismo respeto en las miradas que te dedican a ti?

Sucede que también se verifica lo que sostienen los estudiosos, aunque no está exento de escollos que salvar.

A los hermanos Brady la vida les concedió belleza, riqueza y éxito en sus respectivas profesiones. Y un gran desafío: encontrar el amor en medio de las luces cegadoras del ego, uno a la altura del que conocieron en casa, y conservarlo.

Dicen que para Mark el gran obstáculo fueron sus convicciones sobre los roles masculino y femenino en la familia, tan definitivos como anacrónicos. Hombre que se jacta de “ejercer” de tal, aspiraba a formar un hogar como el de sus padres, donde la mujer es antes que cualquier otra cosa, esposa y madre. Si hubiera nacido a principios del siglo XX, Mark habría sido el partido ideal para cualquier mujer. Pero nació en 1974: revolución hippy, liberación femenina, amor libre...

Amanda lo tuvo más difícil. Preciosa y famosa en una época que mitifica estas dos cualidades, no tardó en verse arrastrada por la espiral del éxito. De carácter desinhibido y actitud rebelde, sus excesos alimentaron durante mucho tiempo la prensa del corazón. En un mundo que se muestra permisivo con la promiscuidad masculina pero la condena en la mujer, el personaje controvertido llamado Amanda Brady, lo ocupó todo, relegando a la auténtica Amanda, “Mandy” para los suyos, a un lejano segundo plano.

Lo de Jason fue mucho más sutil. Dotado por la naturaleza de un coeficiente intelectual de genio, y unas cualidades físicas y personales más que suficientes para garantizarle un permanente suministro de compañía femenina, conoció a su mujer ideal a los 16 años. Creció con ella. Fue su mejor amiga, con la única que podía ser él mismo, con la única que nunca se aburría, lo que constituyó suficiente razón para no tener que buscarlo en una relación sentimental. Y pudo haber sido su hermana, una poderosísima razón para eludir el más mínimo pensamiento sensual.

Cupido, sin duda, ha sido el gran desafío de los tres. Desafío que tuvieron el valor de aceptar sin reparos, y del que, a mi entender, han salido claramente victoriosos. Aunque teniendo en cuenta las circunstancias especiales del entrenador Brady, él estaría de acuerdo conmigo -no lo ha corregido, así que de hecho, lo está-, en que estuvo muy lento de reflejos: tardó catorce años en reconocer que el hombrecillo del arco le había alcanzado en pleno pecho.

Entre el estímulo y la respuesta, existe un espacio en el que tenemos la libertad interior de elegir.

Fue lo primero que me vino a la mente cuando conocí la historia de Gillian McNeil. Pasó la mayor parte de su infancia dando tumbos de casa en casa hasta que conoció a Eileen y John. Los Brady se quedaron prendados de Gillian, de su valentía para encajar los golpes que le daba la vida, de su carácter alegre y optimista, de sus maneras extrovertidas y su jovialidad. Y ella se prendó de ellos. De todos. Encontró en Eileen y John los padres amorosos que no tenía, en Mandy y Mark una amistad cómplice que aún hoy perdura. Y en Jason, su alma gemela. Aunque como quedó dicho, a los dos les llevó años asumirlo.

Tres años más tarde, cuando su madre salió de la cárcel, la ley la obligó a dejar el rancho Brady y regresar junto a ella. Dicen que aún hoy Eileen Brady se emociona cuando cuenta la manera que Gillian se despidió de ellos, con una sonrisa enorme y una sola palabra; "volveré".

Pudo dejar que las circunstancias condicionaran su vida. Esa habría sido una respuesta comprensible al tipo de estímulo que había recibido hasta el momento, especialmente siendo una niña, apenas adolescente. Pero eligió lo contrario.

Volvió al rancho Brady al día siguiente de cumplir los dieciocho y nunca más se fue. Se construyó la vida que quería tener: se graduó la primera de su clase en Agronomía, es la única mujer de la plantilla del rancho y aunque no ha llevado oficialmente el apellido hasta hace dos meses, a todos los efectos, para los Brady siempre ha sido una de ellos.

El tándem Gillian-Jason: una conexión fraguada en el cielo.

Jason Brady es un titán en el más amplio sentido de la palabra, que curiosamente ha sido capaz de desarrollar una determinación y una disciplina poco corrientes en personas tan brillantes. "Tiene mente de ganador" es como lo definen sus ex compañeros y entrenadores de los Kansas City Chiefs y los Titanes de Tennessee. También lo describen como alguien con las ideas claras, divertido, con gran sentido del humor y muy inquieto, de los que siempre está haciendo algo. Matiz más, matiz menos, estas mismas palabras podrían usarse para describir a Gillian McNeil.

Todos las personas con las que he hablado coinciden en una cosa: Jason y Gillian son como dos gotas de agua. Les gustan las mismas cosas, son igual de eléctricos e inagotables y tienen la misma visión amable de la vida. Los que los conocen más íntimamente dicen que además son dos luchadores, dos persigue-sueños incansables, que se admiran y respetan mutuamente.

Pero lo que los distingue de otras grandes amistades, es que al parecer mantienen una especie de conexión mágica que les permite entenderse de forma natural, que los fortalece y los complementa, formando un tándem sinérgico, atributo exclusivo de las almas gemelas.

Un obelisco guapísimo con mil chicas en su cama y una sola mujer en su vida.

Así de breve y explícita fue Beth Folley a la hora de hablar del quarterback Jason Brady, el de antes de ser entrenador de los Tigres de Arkansas. Antigua compañera de estudios, es desde hace poco dueña de un local de copas en Camden que Gillian y Jason suelen frecuentar. Mis investigaciones corroboran sus palabras. Algo que nunca trascendió a la prensa sobre Jason Brady es que de soltero fue un auténtico donjuán. Y algo que trascendió, pero de lo que nadie pareció percatarse o encontrar llamativo es que Gillian es presencia constante junto a él en documentos gráficos que van tan atrás como la primera temporada suya con los Kansas City Chiefs, cuando Jason solo tenía 20 años. Aparece en cientos de fotos: mirándolo jugar, sentada en las gradas, con su inseparable gorro de béisbol; en fiestas del equipo; en entregas de trofeos... Y es difícil equivocarse: su impresionante melena castaña, lacia y larga hasta la cintura que sigue conservando en la actualidad, deja poco margen para el error.

A lo largo de los años, ambos mantuvieron varias relaciones que nunca interfirieron con su amistad. A ninguno de los dos se les conoce una relación sentimental seria con otra persona.

A estas alturas, el párrafo que abre este artículo, aunque en su momento haya causado gracia, me parece la declaración más sincera y personal que Jason Brady ha efectuado a los medios de comunicación. Desde luego, no fue ninguna broma.

De amigos del alma a almas gemelas que se reencuentran.

¿Cómo pasan dos personas de ser carne y uña, los mejores amigos, durante más de una década, a convertirse en pareja sentimental? ¿Qué circunstancia tan especial, nueva y determinante puede llevar a dos personas que han mantenido un nivel de comunicación tan profundo, a estrechar lazos?

Bueno, lo que el entrenador Brady dejó claro con su comentario en la sala de prensa es que a) no fue fácil, b) no fue sincronizado y c) fue él quien puso el balón en movimiento.

Se casaron hace apenas dos meses, en diciembre del 2006. Un dato significativo de los primeros meses del año pasado es que Jason volvió a instalarse en el rancho Brady mientras se recuperaba del accidente de moto que le provocó la lesión que acabó alejándolo del terreno de juego.

Y también en dicho alejamiento hay un dato importante: la recuperación de su lesión fue completa y se sabe que los Dallas Cowboys estaban dispuestos a readmitirlo, pero él negoció su retiro. Prefirió, según declaró a la prensa en aquella época, no arriesgarse a repetir lesión y quedarse con un hombro funcionando al sesenta por ciento de por vida.

La versión más apoyada entre todas las personas con las que hablé es que volver a compartir hogar no solo les recordó lo que llevaban diez años teniendo a cuentagotas, sino que puso a la vista amigos, amigas, affaires, y con ellos, la conciencia de que ya no eran adolescentes, y cómo no, también los celos.

Después de toneladas de notas, horas de grabación de entrevistas y cientos de fotos, de varias semanas componiendo a trocitos, como si de un rompecabezas se tratara, la vida de Jason Brady, de su familia y su entorno, estoy impresionada. No esperaba algo así.

Dicen que una imagen es mejor que mil palabras. Me quedo con ésta. Es una fotografía tomada con zoom desde un punto elevado en el rancho Brady a principios del verano pasado, cuando Gillian y Jason eran “solo amigos”. En ella se ve un primer plano de Jason con un elegante esmoquin negro, y de Gillian, realmente preciosa, con un vestido de corte romántico color rosa viejo. Comparten un banco en el jardín de la casa. Ella, con los ojos cerrados y la cabeza recostada contra el hombro de él, sonríe mientras le cuenta algo. Él, con una expresión indescriptible, la mira mientras ella habla.

¿Saben que pienso? ¿Francamente?

Creo que alguien debería escribir esta historia de amor.

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Diane Lilly



© 2007, Patricia Sutherland




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