- I -
Jueves, 30 de diciembre de 2010.
Buhardilla de Dakota y Tess,
Hounslow, Londres.
Dakota había echado mano de una de sus habituales ocurrencias para poner un corte drástico al momento y evitar que Tess se dejara llevar por la emoción, algo que luego siempre lamentaba. Había sido un movimiento estudiado, a la espera de efectuar el segundo; hablar con su madre y dejarle claro que él no se había creído una sola palabra de su patética disculpa.
La ocasión para llevar a cabo el segundo movimiento había llegado poco después, cuando Romina al fin abrió los ojos al mundo y reclamó su comida. Mientras Tess la amamantaba en la habitación de la pequeña y los consuegros conversaban en el salón, esperando poder disfrutar un poco de la nieta cuando esta terminara de comer, Dakota le indicó a su madre con un gesto que lo siguiera.
Rosalyn lo hizo con resignación. En ningún momento había esperado librarse de un rapapolvo y no creía merecerlo -¡se había disculpado, por Dios bendito!-, pero así era su hijo.
En cuanto puso un pie en la cocina, Dakota cerró la puerta. Se apoyó contra ella decidido a evitar no solo que su madre huyera despavorida antes de que él acabara de decir todo lo que tenía que decirle, sino que alguien se metiera por medio y él se quedara con las ganas de vomitar el inmenso cabreo que sentía.
—Mi mujer ha dado por buena tu excusa, suerte para ti, pero conmigo no ha colado. Te voy a decir más; si antes me tenías cabreado, después de oírte, estoy que vuelo de rabia.
El tono había sido tan poco amistoso como su actitud, pero Rosalyn estaba acostumbrada a los exabruptos de su hijo, de modo que no se calló lo que pensaba.
—Me he disculpado, Dakota. No sé qué mal ves en eso. Tess ha aceptado mis disculpas, incluso me ha dado las gracias. ¿No te parece que ya va siendo hora de que entierres el hacha de guerra?
—¿Le llamas disculpa a eso? ¡Qué cara tienes! No fue una disculpa, fue una jugada para evitar ver a Romina solo en los años bisiestos. Tess es una buena persona y se lo ha tragado, pero yo no. Y como sigo siendo el guardián de la puerta, quiero que tengas claro que pienso ponértelo muuuy jodido… Y de partida, te digo que esta es la última vez que te presentas en mi casa sin haber hablado antes conmigo. Hoy aguanté por Tess, pero la próxima vez que te encuentre aquí, se acabó; si no quieres ver crecer a tu nieta por fotos, tenlo muy presente porque no te lo pienso repetir.
—¡¿Pero cómo eres así?! —estalló Rosalyn—. ¡Soy tu madre! ¿Por qué me tratas como si fuera un enemigo? Lo que pasó con Tess estuvo mal. ¡Acabo de reconocerlo! Pero tendrás que admitir que que te liaras con una mujer once años mayor que tú…
—No me lié, me casé —siseó Dakota.
Rosalyn mostró sus manos en señal de concordia.
—De acuerdo, te casaste. Con alguien que es once años mayor que tú y encima es la hermana de la muchacha que bebía los vientos por ti desde que erais niños… No solo me desconcertó a mí, Dakota. Todos pensamos lo mismo, que ella te había enredado con malas artes. Y, de acuerdo, estábamos equivocados, pero ¿tanto mal te hemos hecho creyendo que Tess no te convenía?
—¡¿Creyendo?, dices!
El motero se encaró con su madre, quien por puro instinto dio un paso atrás.
—Si tú —continuó— y esa otra víbora de tu vecina de al lado os hubierais quedado en las creencias, no habría pasado nada. Me importa una mierda lo que creáis, así que… El problema es que no os bastó con eso, tuvisteis que soltar vuestra ponzoña cada vez que nos veíais juntos… Joder, si hasta hace un rato, aquí mismo, has tenido la desfachatez de decir que la diferencia de edad nos acabará pasando factura… ¿Cómo crees que se siente Tess cada vez que escucha tus desvaríos? ¿Y cómo crees que me siento yo cada vez que le haces daño? Suerte tienes de que mi mujer sea tan buena gente, porque otra en su lugar hace mucho que no te dirigiría la palabra… Pero, ¿sabes qué? Tess me tiene a mí. Soy el muro contra el que tú y tu veneno os estrellaréis siempre. Siempre, ¿me oyes? —La señaló con un dedo amenazador—. Procura tenerlo bien presente porque esta es la última vez que te explico las reglas de la casa. Vuelve a saltártelas y verás crecer a tu nieta por fotos. Avisada estás.
Dakota notó que a su madre se le habían llenado los ojos de lágrimas, pero le dio igual. Para él eran lágrimas de cocodrilo. Además, las consuegras le habían cubierto el cupo de su ya de por sí escasa paciencia hacía mucho tiempo.
Se limitó a abandonar la cocina al tiempo que decía:
—Ve al salón y despídete de mi mujer y de mi hija. Ya de paso, convence a los demás de que es hora de largarse. En diez minutos, os quiero a todos fuera de mi casa. Y esto tampoco te lo voy a repetir.
©️ 2022. Patricia Sutherland
«La canguro».
(Fragmento)
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