¿Te gustaría acompañar a Dylan y Andy a través de la inesperada aventura de «estar embarazados» de mellizos?
¡Espero que sí! Porque eso es lo que me propongo a través de este relato, el primero de una mini-serie dedicada a la pareja protagonista de Lola (Serie Moteros # 3).
¡Prometo humor, toneladas de ternura y, por supuesto, romance 💙
- I -
Domingo, 2 de enero de 2011.
Casa de Dylan y Andy.
Cala Morell, Ciudadela.
Menorca
Dylan abrió los ojos. Pestañeó un par de veces e intentó tomar contacto con la realidad. De inmediato, un pensamiento apareció en su mente; «voy a ser padre y son dos bebés… ¡Tío, qué golazo!». Un segundo después una sonrisa inmensa apareció en su anguloso rostro y, con ella, las mismas sensaciones que se venían apoderando de él desde que había recibido la buena nueva. Era euforia, realización, orgullo y tanta, tanta ilusión como no recordaba haber sentido en toda su vida.
Miró a Andy. No tenía la menor idea de qué hora era, pero sabía a ciencia cierta que ella no se había levantado en toda la noche. Bien, pensó. Necesitaba descansar. Entre sus persistentes malestares y la locura que se había adueñado de toda la familia al conocerse la noticia de que esperaba mellizos, había sido una semana de no parar que había alcanzado el punto culminante de locura la Nochevieja. Prácticamente habían tirado la casa por la ventana y no contentos con eso, el año nuevo habían tenido visitas todo el día.
La habitación estaba en penumbras, así que Dylan no veía gran cosa, pero Andy le pareció tranquila. Estaba echada sobre su lado derecho, de espaldas a él, cubierta apenas por una sábana. Su respiración era acompasada y no estaba encogida. Una buena señal que venía a informarle que no había dolor; su estómago le estaba dando una tregua.
Se incorporó despacio, detuvo la alarma despertador y abandonó la cama. Descartó ducharse, ya lo haría después. No quería despertar a Andy. Cogió sus bóxers y se los puso. Hizo lo mismo con unos pantalones de chándal que recordaba haber dejado en el respaldo del sillón y salió con sigilo de la habitación.
Entreabrió la puerta de la habitación de Luz, pero no entró. Se asomó y comprobó que todo estaba tranquilo. La niña también dormía como un tronco. Sonrió. Como buen lobo solitario, le encantaban esos ratos en los que tenía la casa solo para él. Con un poco de suerte, su padre no le estropearía la fiesta, levantándose temprano.
Entró en la sala de lavado, cogió un buzo de la pila de ropa limpia que todavía no les había dado tiempo a guardar en los armarios y se lo echó sobre un hombro. De camino a la cocina, hizo una breve parada en su estudio para coger su ordenador portátil.
Poco después, con un café humeante en la mano se sentó a la mesa y abrió el portátil.
«Hora de aprender de qué va todo esto de los embarazos gemelares», pensó con renovada energía.
* * *
La soledad le duró a Dylan apenas media hora. Pero fueron treinta minutos de lo más reveladores.
—Buenos días, hijo. Has madrugado. ¿Habéis tenido una noche movida? —dijo Brennan al entrar en la cocina y encontrar a Dylan allí.
Los fines de semana solía darle tiempo a leer el periódico antes de que empezara a haber movimiento en la casa. Hoy, ni siquiera le había dado tiempo a ir a comprarlo.
Dylan necesitó unos instantes para apartar sus ojos de la pantalla y tomar conciencia de que ya no estaba solo. Y unos más para caer en la cuenta de que su padre le había hablado.
—Buenos días. No, no… Por suerte, Andy ha dormido toda la noche…
Brennan frunció el ceño. En principio, se trataba de una buena noticia. Sin embargo, la cara de su hijo distaba mucho de la del hombre eufórico que gastaba desde hacía seis días. Reparó enseguida en el portátil que Dylan tenía frente a él.
—¿Está todo bien? —fue lo único que se le ocurrió decir. No quería ser entrometido, pero resultaba tan evidente que algo le sucedía, que no podía ignorarlo.
Dylan cogió su taza y bebió los restos de café helado que contenía ganando tiempo para decidir qué hacer. Su padre lo había pillado in fraganti, de modo que si pretendía eludir el tema, la excusa tendría que ser muy buena. Por otro lado, pensó, ¿realmente, quería eludirlo?
Le indicó que tomara asiento y cuando lo hizo, giró el portátil y lo empujó hacia él.
Brennan abrió el estuche de sus gafas y se las puso. Acomodó el portátil a la distancia adecuada y leyó. Su vista se dirigió automáticamente a un fragmento que destacaba en amarillo. Sus cejas se arquearon sin que él fuera consciente de ello.
El texto hacía referencia a un síndrome que se presentaba en los embarazos múltiples con una frecuencia bastante preocupante -entre el 21% y el 30%-. Uno de los nombres que recibía era «síndrome del gemelo evanescente». Solía darse generalmente durante las primeras doce semanas del embarazo y se definía como la pérdida en el útero de uno o más de los fetos de un embarazo múltiple al ser total o parcialmente absorbidos por el otro.
—¿Es información fiable? Lo siento, hijo, soy un total ignorante en el tema de los embarazos múltiples. Casi si me apuras, en el tema de los embarazos a secas. En mis tiempos, la información era cosa del médico y a los padres nos decían poco y nada.
—Supongo. Es un estudio que se publicó en una revista médica prestigiosa, según dicen.
Brennan asintió. No sabía qué decir y no le extrañaba en absoluto el radical cambio que había sufrido el ánimo de su hijo.
—¿El médico o la doctora Menéndez os han dicho algo sobre esto?
—No, nada.
El alivio que sintió Brennan fue evidente en su rostro. Incluso sonrió.
—En ese caso, no es más que un dato de los miles que habrá en relación con los embarazos múltiples. Hasta que lo confirmes con el doctor Grau o la Doctora Menéndez, tómalo con pinzas, Dylan. Si realmente hubiera algún problema, os lo habrían dicho. —Su hijo seguía con la vista perdida en la taza que sostenía entre sus manos—. ¿No crees?
Dylan respiró hondo. La noticia había sido como un cubo de agua helada del que le estaba costando recuperarse. Pero debía hacerlo y cuanto antes, se dijo.
Alzó la vista hasta su padre y, al fin, asintió.
—Claro. Hablaré con Grau para que me aclare todo esto. Y mientras tanto, aquí no ha sucedido nada. ¿De acuerdo, padre?
—No sé de qué me hablas —sonrió y le hizo un guiño—. Pero mis tiempos de llevarte la contraria se terminaron, así que… Sí, de acuerdo.
* * *
Dylan soltó una carcajada al ver la reacción de Luz ante su postre favorito; puré de manzana y plátano. La niña empezó a agitar sus bracitos, desbordante de excitación, y en una de esas, le dio al plato que rebotó sobre la mesa y esparció la pringosa mezcla por todas partes, cara y pelo de la pequeña incluido. Y en vez de sorprenderse -o de enfurruñarse, como recordaba perfectamente que hacía Shea cuando era pequeña-, su rayito de sol solo atinó a echarse a reír, regalándoles a su padre y a su abuelo otro momento inolvidable.
—Ven aquí, terremoto… Eres un peligro cuando te emocionas.
—Ten cuidado. Tiene un buen pegote en el pelo… —intervino Brennan con una sonrisa, señalando un sector a la derecha del flequillo. Aunque en su caso, todavía no estaba claro si la razón de que su sonrisa fuera tan grande eran las ocurrencias de la niña o presenciar una vez más esa faceta superdesarrollada de padrazo de la que hacía gala su hijo. Pensó que quizás buena parte de lo maravillado que se sentía, se debía a la gran contraposición que suponía ver tal capacidad de amar en alguien con el aspecto de un miembro de la Hermandad Aria, más acusada si acaso aquella mañana ya que no se había afeitado.
Dylan tomó en brazos a la pequeña, algo que a Luz le gustó tanto que enseguida quiso agradecérselo con besos. Conclusión: ahora eran dos los que tenían la cara manchada. Pero, por lo visto, a la niña le daba igual comerse el puré de su plato o de la mejilla de su padre y se sirvió a placer.
—¡Nooooo, Luz…! ¡No me chupes la cara, peque!
Andy que entró en la cocina en aquel momento, se dirigió donde estaba Brennan y le dio un beso en la mejilla.
—¡Cómo que no! ¿Crees que es tonta? —intervino. Le tapó los oídos a su suegro y añadió en voz baja—: Hasta ella piensa que estás demasiado bueno para no aprovecharse, ¿ves que no soy solo yo?
Los ojos de Dylan rezumaban vanidad nivel «pavo real desplegando sus plumas» cuando respondió:
—Guaaaau… Recuérdame que más tarde te lo agradezca en condiciones. —Evitó mirar a su padre porque el muy bobo se sonrojaba y lo hacía sentir un extraterrestre (como si él nunca hubiera flirteado con su esposa) y cambió de tema—: Y ahora dime, ¿estas son horas de levantarse, dormilona?
Andy se desperezó a gusto. No sabía qué hora era. Lo único que sabía era que había dormido de un tirón y que ahora no sentía náuseas. Todo un acontecimiento que pensaba celebrar con un buen sándwich de mantequilla de cacahuete. Pero antes de eso…
Fue hacia Dylan y se sentó en una de sus rodillas, decidida a compartirlo con Luz. Él la rodeó con su brazo libre, más feliz que unas Pascuas.
—No oí el despertador… —explicó—. Si todavía no has bañado a la niña déjalo, que ya lo hago yo. —Y le dio un beso en los labios que Dylan se ocupó debidamente de convertir en un señor beso.
«Ni lo sueñes», pensó él. Con los problemas de estabilidad de Andy, ya se veía rescatándola de ahogarse en la bañera si le daba un mareo o, peor aún, sufría un desmayo. Era más seguro que los tres se metieran en la bañera. Lo hacían a veces porque a Luz le encantaba que los tres jugaran en el agua.
—El despertador no sonó. Yo lo apagué. Y en cuanto a tu oferta, tengo una contraoferta, a ver qué te parece… —Se miraron con picardía y entonces el irlandés dijo en alto—. Tápate los oídos, Brennan.
La risilla de Luz, festejando la broma como si la hubiera entendido, fue el detonante de un buen rato de carcajadas.
Entonces, la puerta de la cocina volvió a abrirse y apareció el segundo guardaespaldas de Andy con tal cara de dormido que Brennan enseguida le ofreció una silla. Danny negó con la cabeza y miró a su cuñado.
—¿Ya estás acaparando, irlandés? —le dijo—. A mi hermana te la regalo, pero esa nena preciosa se viene conmigo ya, que para eso soy el mejor tío del mundo… ¿A que sí, Luz?
Andy le hizo un guiño a Dylan y respondió en tono muy serio.
—Pero bueno, ¿otra vez te has olvidado de cambiar el código de la puerta, calvorotas? ¡No ves que así entra cualquiera!
—«Cualquiera», te voy a dar a ti —repuso Danny, inclinándose a besarle la coronilla—. ¿Cómo estás, petarda? ¿Has podido dormir algo, o has tenido a toda la familia en vela otra noche más?
Quien respondió fue Dylan.
—Ha dormido muy bien.
Los ojos del muchacho se iluminaron.
—¿En serio? ¿Estás mejor?
Andy le apretó una mano cariñosamente.
—Que sí, pesado. Estoy bien… Pero me vendría genial que un alma caritativa me hiciera un sándwich… —dejó caer con picardía—. De mantequilla de cacahuete, si puede ser.
—Vaaaaale… —Danny se puso manos a la obra de inmediato, pero no se calló la guasa de turno. Estaba demasiado feliz para callarse—. Esta tía nos va a convertir en sus esclavos mientras dure el bendito embarazo, ¿lo tienes claro, no, cuñado?
«Y después de dar a luz, también», pensó el irlandés. Sintió que una emoción indescriptible se apoderaba de él ante la sola idea de ver nacer a sus hijos, y asintió varias veces con la cabeza.
Sin embargo, para sorpresa de todos, no fue él quien respondió.
—La malcriaremos, sí, señor. Y lo haremos con mucho gusto —aseguró Brennan, dedicándole a su nuera una mirada cargada de cariño. [...]
©️ 2022. Patricia Sutherland
«Dylan & Andy. 9 semanas».
(Fragmento)
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