Un relato supertierno 💕de la pareja más famosa de la Serie Moteros.
- I -
Sábado, 15 de enero de 2011.
Buhardilla de Dakota & Tess.
Hounslow, Londres.
Tess y Stella llevaban toda la tarde aprovechando los sueños de Romina para engalanar la casa con motivo del cumple-mes de la pequeña, pero aunque quedaban los globos y el cartel, acababan de colgar la última guirnalda que había en la caja. Stella decidió sondear el tema de su contratación.
—¿Cómo va la cosa, sobrina? ¿Os gusta cómo me manejo con la niña, creéis que estoy haciéndolo bien, o mejor me pongo a buscar otro trabajo esta misma tarde? Perdona la pregunta, pero cada vez que mi mirada se ha cruzado con la de tu marido… —Hizo un gesto de dolor—. Si fuera electricidad, ya me habría dejado seca en el sitio…
Tess la miró sorprendida de que sacara ese tema. Desde el principio habían estado de acuerdo en que hablarían el lunes, una vez hubiera acabado la semana de prueba. También había incomodidad en su mirada; Stella era su tía y había confianza, pero era una Baldini y todas sabían la opinión que Scott tenía de ellas. Le resultaba incómodo porque se sentía en mitad de un fuego cruzado.
Tanto que Stella lamentó haberlo dicho, pero ya era tarde. Se había prometido a sí misma que esperaría pacientemente el veredicto y no había podido aguantarse. La semana de prueba estaba a punto de finalizar y desde hacía días, notaba que los ánimos estaban un poco revueltos en casa de Tess. Al principio, lo había atribuido a problemas con la quedada motera, pero cada una de las veces que se había cruzado con Dakota, cuando él subía a ver a la niña, se había quedado con la impresión de que él la miraba con mayor disgusto que siempre, y ya no sabía qué pensar. Estaba deseando convertirse en la niñera oficial de Romina porque adoraba a la niña y nada le gustaría más que cuidar de ella. Pero también existían razones económicas; necesitaba trabajar. Sin su sueldo no llegaban a fin de mes. Si Dakota no pensaba dar su visto bueno, necesitaba saberlo cuanto antes.
En aquel momento, estaban en la entrada de la habitación de Romina. En vez de responder, Tess fue de puntillas hasta su cuna, la contempló durante unos instantes y al fin se inclinó a depositar un ligero beso sobre su frente. Luego, regresó junto a Stella y le señaló con un gesto que la siguiera. Fueron a la cocina y Tess entornó la puerta para poder conversar tranquilas.
—Aún no lo hemos hablado. —Sonrió al decir—: He querido darte el mayor tiempo posible para que te lucieras. Por mi parte, estoy muy conforme. Me gusta mucho cómo te relacionas con Romina. Me refiero a que, más allá de las tareas necesarias cuando se está al cuidado de un recién nacido, creo que tienes una mano increíble con los bebés y me encantaría que fueras tú quien cuidara de mi pequeñina…
Stella sonrió agradecida. Asintió dando por buena su respuesta pero solo fue una concesión temporal. A continuación, tras preparar un té para su sobrina y un café para ella, se sentó a la mesa, frente a Tess y fue directamente al meollo de la cuestión.
—Pero no depende solo de ti, ¿verdad?
Tess sabía a lo que se estaba refiriendo su tía. Las hermanas Baldini compartían una característica; siempre llevaban la voz cantante en casa. Las cosas casi siempre eran a su manera y no tenían ningún reparo en mostrar ante quien quisiera verlo que era así. Las quería mucho, a todas ellas, pero siempre había encontrado sorprendente que no se dieran cuenta en qué papel más pobre dejaban a sus parejas procediendo de aquel modo. Tess podía conseguir que Scott aceptara a Stella como niñera de su hija. De hecho, estaba segura de que si se lo pedía, él concedería. Pero aunque llevara un mes ondeando la bandera blanca en un intento de limar las grandes asperezas que había entre las Baldini y su marido, en el fondo, creía que sus reticencias, incluso su oposición, estaban plenamente justificadas. Excepto la tía Fina, todas habían cometido grandes errores con él, juzgándolo por su apariencia, denostándolo, dudando de sus intenciones y un largo etcétera.
—¿Cómo podría depender solo de mí, tía? —repuso—. Es su padre. Su opinión es tan importante como la mía.
—No sales a tu madre —repuso Stella risueña. No lo había dicho con acritud, algo que quedó claro cuando extendió su mano y apretó la de Tess cariñosamente.
—¿Y ahora te das cuenta?
—Admito que sigue asombrándome lo diferentes que tu hermana y tú sois de Mely… De nosotras, en general.
Tess no pensaba que en el caso de Abby dicha diferencia fuera tan grande, pero no lo dijo. Prefirió abordar la cuestión de Romina de forma directa.
—Deseo que esto quede bien claro, tía. He hecho cuanto ha estado en mi mano para que tuvieras la oportunidad de formar parte de la lista de candidatas, pero si finalmente Scott no está de acuerdo con que seas tú quien se ocupe de nuestra pequeña, lo aceptaré y seguiré haciendo entrevistas.
Lo que quedaba claro era que Dakota seguía guardándole rencor por lo sucedido al principio de su relación con Tess, pensó Stella. A todas las Baldini, de hecho. No le gustaba ni le parecía justo, pero tampoco podía culparlo por eso. Descubrir que Tess y él mantenían una relación en secreto, había revuelto mucho las cosas en la familia, empezando por los sentimientos de Abigail. Se habían dicho cosas muy duras, muy fuertes. Y si por algo era conocido el motero, aparte de sus malas pulgas, era por su buenísima memoria.
—Lo sé, no te preocupes, sobrina —concedió Stella con un suspiro y sonrió vanidosa al decir—: ¿pero no sería una lástima que Romina se quedara sin la mejor canguro del mundo por cuestiones que no tienen nada que ver con ella?
Tess se limitó a esbozar una sonrisa de compromiso y una vez más eligió guardar silencio.
* * *
Dakota echó un vistazo alrededor para comprobar que no se había olvidado de nada, pero enseguida puso rumbo hacia las escaleras que conducían a su buhardilla. Eran cerca de las dos de la madrugada y lo que fuera que se hubiera quedado sin hacer en el bar, tendría que esperar al día siguiente. Estaba filtrado.
Sonrió al pensar que parte de la culpa era de su chiquitina, ya que la razón de que se hubiera dado semejante paliza a trabajar era haberle cambiado un día a Maverick; trabajar el sábado para poder librar el domingo, día en que Romina cumplía su primer mes de vida. Tess y él querían celebrarlo organizando una pequeña reunión. Ya que esperar que sus respectivas familias se olvidaran de la fecha y los dejaran en paz era pedir un imposible, se habían adelantado a la jugada convocándolos a las 16 horas para celebrar el cumpleaños en familia. De esta forma, al menos, controlaban una parte del proceso.
A Maverick le había parecido bien. A un mes de su casamiento civil, él y Shea tenían mil cosas por hacer.
Subió las escaleras despacio para lo habitual en él mientras pensaba que había más razones para sentirse tan agotado. Evel le había dado un ultimátum sobre el tema de dejar a punto la moto que les había encargado el impresentable de la barba ridícula. Así que también se había dado una paliza en el taller. Maldita la gracia que le había hecho. No solo por la paliza, especialmente por la razón. ¿Para qué quería ese imbécil una motaza como la Heritage del 83? No dejaría de ser un impresentable porque montara en esa Harley Davison. Ni lograría que él viera con buenos ojos que un completo inepto se ocupara de organizar la quedada de su hija. De eso, ni hablar. Y encima había tenido movidas con Conor y el taller parecía un avispero lleno de avispas cabreadas. Tan cabreadas que le habían ido con el cuento a Tess, con lo cual también había tenido movidas en casa.
Y para completar un cuadro de lo más desesperante, Tess había tenido cita con su médico en la semana y no le habían dado el alta.
No le habían dado el alta, joder.
Por el ultimátum de Evel, él no había podido acompañarla, otra cosa que lo había cabreado muchísimo. Tess le había contado que al doctor Perkins le había parecido demasiado prematuro dársela y que delante suyo había telefoneado a Mercedes, la comadrona, para consultárselo. Ella también desaconsejaba reanudar las relaciones sexuales hasta que hubieran pasado por lo menos cuarenta días después del parto.
Cuarenta días, por lo menos. Podían ser más. Joder, llevaba casi un mes y medio subiéndose por las paredes, ¿y todavía le quedaban como mínimo otros diez días más? No era solo una cuestión de insatisfacción sexual, que también contaba, claro. Toda la vida había ido sobrado de libido; había sido un promiscuo hasta conocer a Tess. Eran, principalmente, los efectos sobre su ánimo de llevar tanto tiempo en dique seco. Se sentía a punto de explotar permanentemente, como si fuera un motor que giraba a demasiadas revoluciones y todas sus piezas fueran a salir volando en distintas direcciones en cualquier momento. Era un runrún constante, una sensación de ir siempre pasado de vueltas. Nunca se había sentido así antes.
Llegó al fin a la cima de la escalera y se tomó unos instantes para cambiar el chip. No sabía si Tess estaría aún despierta, pero lo que sí sabía era que ella no debía darse cuenta de nada. Su cuerpo necesitaba más tiempo para recuperarse del mastodóntico esfuerzo de dar a luz a Romina. Era lo que el médico y su comadrona aconsejaban.
Y no había más que hablar.
* * *
La casa estaba a oscuras excepto por una tenue luz que venía de la cocina. A pesar de lo reventado que estaba, Dakota sonrió ante la imagen; la mesa estaba puesta, como todas las noches que él trabajaba hasta tarde en el bar, pero esta vez a su mujer, que ya estaba vestida para irse a la cama, el sueño la había vencido y se había quedado dormida sobre el mantel. Tenía la frente apoyada sobre un brazo y su sueño tenía que ser profundo porque seguía sin darse por enterada de que él estaba allí, mirándola.
Fue hacia ella y la movió con mucho cuidado. Ella levantó la cabeza y lo miró. Entonces, una sonrisa adormilada hizo acto de presencia en aquella cara preciosa.
—Hola, amor…
—Hola, bollito —dijo al tiempo que la tomaba en brazos—. Hora de ir a la cama.
—No, no… La cena está en el horno… Es solo calentarla. ¿Has comido algo?
Él no se detuvo. Puso rumbo al dormitorio con su mujer en los brazos. Habían pasado horas desde el último bocado que se había llevado a la boca, pero cuando estaba tan cansado lo único que su cuerpo le pedía a gritos era tumbarse en una cama y cerrar los ojos.
—Mañana, nena. Ahora los dos necesitamos dormir. ¿Y la peque?
—Hermosa y buena, como siempre… ¿Vamos a verla?
Por supuesto que sí. Para él era algo obligado antes de cerrar los ojos al mundo hasta el día siguiente; pasar un rato contemplando a la mayor maravilla del mundo en tamaño bebé.
—Eso ni se pregunta.
Dakota empujó suavemente con un pie la puerta del cuarto de Romina y se dirigió hacia la cuna sosteniendo a Tess en sus brazos. Había una pequeña luz de noche encendida, de modo que la cuna permanecía en penumbras. Lo cual no impedía que la visión les resultara tan maravillosa como cuando tenía lugar a la luz del día.
—Es tan hermosa… —murmuró Tess—. Sé que no soy objetiva, pero es que cada vez que la miro…
—Es como si su belleza te noqueara —concedió él en voz baja.
Ella volvió su rostro somnoliento hacia él.
—Qué bien se te da definir las emociones en pocas palabras, amor…
—A mí se me dan bien muchísimas cosas, bollito… Pero como no me meta en la cama ya mismo, tendrás que cargarme tú a mí…
Dakota volvió sobre sus pasos. Abandonaron la habitación de la pequeña y fueron directo a la suya. Se dejaron caer sobre la cama sin hacer el menor ademán de desvestirse.
Tess tan solo atinó a asegurarse de que el vigila-bebé estaba encendido y cuando lo hizo, exhaló un suspiro relajado al tiempo que cerraba los ojos.
Poco después, los dos dormían a pierna suelta.
©️ 2022. Patricia Sutherland
«La canguro. 2ª Parte».
(Fragmento)
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