ROMINA & CO.


Un repaso tierno, humorístico y, por supuesto, romántico a la vida de estos queridos personajes con motivo del sexto cumplemés de Romina.




Miércoles, 15 de junio de 2011.

Taller Rowley Customs,

Londres.

Por la mañana.


Evel siguió a Dakota con la mirada y una sonrisa intrigada en la cara. Los madrugones nunca lo ponían especialmente feliz y, sin embargo, allí estaba, silbando bajito mientras ajustaba el asiento ergonómico de encargo a la Harley Davidson de un cliente coleccionista como si no fueran las ocho de la mañana.

Una gaviota no hacía verano, pero si la memoria no le fallaba, Evel juraría que su amigo sumaba ya cinco gaviotas, por lo menos. Un vistazo a A.J. le confirmó que los dos estaban pensando lo mismo.

—Qué feliz se te ve. ¿Te ha tocado el premio gordo en la lotería? —dijo el jefe de taller, incapaz de morderse por más tiempo. Evel sonrió complacido y se quedó a ver cómo reaccionaba su amigo.

Niilo levantó la cabeza del motor que revisaba y se dio vuelta a mirar a A.J. interrogante.

—¿Me lo dices a mí?

Conor tampoco fue capaz de morderse por más tiempo.

—No, tío. Se lo dice a Malas Pulgas —y continuó hablando como si el taller en pleno no se estuviera desternillando de la risa. Todos menos el aludido que seguía, valga la redundancia, sin darse por aludido—. ¿O debería decir ex Malas Pulgas? Lo digo porque nuestro colega aquí presente se debe haber reconciliado con la vida o algo así, porque lleva una semana tan... No sé si decir «feliz»… No vaya a ser que se desate una tormenta del carajo o un tsunami o haya una de esas alineaciones planetarias chungas y nos borre a todos del mapa, pero, bueno, ya me entendéis...

Dakota al fin se dio por aludido. Le dedicó una de sus miradas displicentes a Conor y le preguntó:

—Qué raro que no estés en alguna esquina sacudiendo tus rastas al son de la música mientras tus fans de la tercera edad te hacen la ola. Con una sola mano, claro, porque como suelten el bastón o el andador... Tú sí que vas a causar una de esas alineaciones chungas presentándote a trabajar aquí, como cualquier mortal...

Las carcajadas arreciaron y esta vez duraron un buen rato.

—La envidia te corroe, tío —dijo Conor, satisfecho cuando las risas cesaron.

Y entonces solo se oyó una; la de Dakota, desternillándose. Todo él era una gran mofa, en plan «¿envidiarte yo a ti?  ¡Háztelo ver, chaval!».

—¿Será que su peque cumple seis meses mañana y ya lo deja dormir por las noches? —dejó caer A.J. con malicia.

—Mi chiquitina es un sol. Siempre deja dormir a su padre por las noches —aclaró el motero con voz de padre orgulloso. Desde que le estaban saliendo los dientes, daba algo de guerra, pero eso no contaba porque la pobrecita no podía evitarlo—, así que no. No es por eso. Por cierto, mi princesa estará en el bar a las cinco y media y a menos veinticinco volverá a su castillo. Si queréis saludarla, más os vale ser puntuales. 

—Vale, ya está bien. Cuéntanos de una vez a qué se debe tanta alegría. Tío, en serio, nos tienes en un sinvivir —se quejó Conor.

—Tanto como en un sinvivir... —terció Niilo—, pero tendría su punto saber qué ha conseguido endulzar un poco ese malhumor tan dakotiano. Igual si nos lo dices, podemos reproducirlo y ahorrarnos tus despertares patéticos, tío. 

Dakota se limpió las manos en un trapo con toda la parsimonia del mundo. Su sonrisa era tridimensional cuando dijo:

—Ya os gustaría, pero no. No podéis reproducirlo... —se alejó de la moto y puso rumbo a la cafetería del taller—. ¿Café?

Todos se miraron asombrados. 

—¿Vas a traer café para todos? Espera que me siento, que igual me da un infarto —dijo Evel.

Dakota se volvió a mirarlos con la burla pintada en la cara.

—¿Traeros el café aquí? —se echó a reír—. ¡Pero qué ilusos, tíos!

Y con esas, desapareció tras la puerta mientras sus carcajadas seguían resonando en el área neurálgica del taller.


* * *


A la hora de la comida...


Dakota había decidido entrar por la puerta privada de su vivienda en vez de hacerlo por el bar. Al pasar, a lomos de Princesa, había podido ver a través de uno de los ventanales que el local estaba bastante concurrido, pero Maverick podía con eso y mucho más. Además, estaban el camarero del turno de mañana y el nuevo que habían contratado a tiempo parcial para ayudar durante las horas de la comida. No eran un restaurante ni tenía planes de serlo, pero desde que a Maverick se le había ocurrido hacer más variada la carta de snacks y aperitivos, incluyendo sándwiches de dos pisos con todo tipo de rellenos, parecía que la mitad de los moteros de Londres habían decidido ir a tomar el tentempié de mitad del día (junto con su cerveza) al MidWay. 

Entró en la buhardilla y aguzó el oído. Muy atrás había quedado la costumbre de entrar llamando a gritos a su mujer. Pero ahora se oían voces en el salón, así que se permitió recuperarla al menos por un día.

—¡Teeeeesssssssssss! ¿Dónde está la macizorra de la casa? —Sabía que Stella Baldini estaría allí y lo hizo a propósito. 

En el salón, las mejillas de Tess acusaron recibo de la espontaneidad de su marido. Stella se dio la vuelta para que su sobrina no la viera disfrutar tanto con su incomodidad.

—Aquí, amor. Pero me temo que no estoy sola —repuso Tess.

Al oír la vocecita dulce de su mujer e imaginarse lo roja que se habría puesto, no pudo contenerse:

—Lástima. Porque vengo con unas ganas de... —y sin haber completado la frase, ya oyó la voz de Tess, regañándolo.

—¡Scoooooott!

Dakota se dirigió a su encuentro dando grandes zancadas. Al llegar, vio a Tess acomodándose la ropa después de haber amamantado a Romina, que estaba en brazos de Stella.

—¿Cómo está esa cosita preciosa de papá? —dijo tomándola de brazos de su canguro. La niña soltó un gorjeo y a continuación mostró sus encías en una sonrisa radiante que derritió al motero. Como era habitual, Dakota se respondió a sí mismo—: ¿Y cómo voy a estar, papá? ¡Qué cosas dices! ¡Estoy fenomenal y preciosa como siempre! 

Con su escaso pelito rubio y sus ojos de forma almendrada con largas y curvas pestañas y esas mejillas regordetas que era imposible no querer comerse a besos… Hacía un par de meses que los últimos vestigios del vello rubio que la recubría al nacer, habían desaparecido. En su lugar había una piel rosada y tersa que a medida que engordaba mostraba pliegues aquí y allí, en sus brazos y en sus piernas. Pesaba ocho kilos ya.

Llevando a su niña en los brazos, Dakota fue hacia el sofá donde una sonrojada Tess lo miraba, entre incómoda y enamorada. 

—¿Y tú cómo estás, bollito? —dijo el motero sobre los labios femeninos. También se respondió a sí mismo—: Vaya pregunta, tío. Estás maciza. Para comerte entera y no dejar ni las migas.

—Ay, Scoooooott… —se quejó ella, apoyando su frente sobre el pecho masculino.

—No te quejes tanto, que te encanta —repuso él, haciéndole un guiño a Stella que, esta vez sí, consiguió dejarla de una pieza. 

Las cosas habían mejorado mucho entre ellos, ¿pero tanto? Decididamente, a su sobrino le pasaba algo. Rebosaba felicidad por los cuatro costados y eso no era nada propio de Dakota.

—Nooo…. —repuso Tess poniendo morritos—. No me gusta que me hables de esa forma…

—Porque no estamos solos —matizó él, haciendo que el rojo de las mejillas de su mujer se disparara—. ¿Has visto, bebé? ¡Tu madre parece una gamba cocida!

La pequeña hizo uno de sus gorjeos, seguido de otro y para entonces, nadie de los presentes le dio más importancia a la incomodidad de Tess. Ni siquiera ella misma que, totalmente abstraída en Romina, sonreía ante los enormes progresos de la pequeña.

—¿Has visto cómo habla? —dijo Dakota todo orgulloso

—Se expresa a su manera, pero todavía no habla, sobrino —intervino Stella agachándose delante de la pequeña que, en brazos de su padre, sonreía a todo quien quisiera verla, sabiéndose el centro de atención—. Pero, tranquilo, que se lanzará de cabeza cuando le toque… ¿Qué será lo primero que dirás, eh, pequeña? ¡Stella, claro que sí!

—Ni lo sueñes. Su primera palabra será «papá» como está mandado —intervino enseguida Dakota—. Y eso de que no habla todavía… Acaba de decir «¡mami se ha puesto roja!», ¿a qué sí, Romina? Muy pronto aprendes a reírte de tu madre, me parece a mí...

A Tess le daban igual los desacuerdos en los que padre y canguro solían enzarzarse. Stella era la histriónica de la familia, le encantaba meterse con todo el mundo y muy en especial con su «sobrino postizo», como llamaba al marido de su sobrina mayor. A Scott le bastaba con saber que su apellido era Baldini para desear meterse con ella cuanto más, mejor. Y al margen de que constituían un signo de que la relación de su marido con su familia política se iba suavizando a medida que pasaba el tiempo, para Tess lo verdaderamente importante de aquel momento era presenciar una vez más cuánto había cambiado Scott al convertirse en padre. La llegada de Romina a sus vidas los había cambiado a ambos, pero en él el cambio era tan grande que a nadie pasaba inadvertido.

Ver a padre e hija interactuando era un placer sin igual.

—¿Has comido bien, Romina? ¿Qué ha tocado hoy? —quiso saber Dakota.

La niña seguía alimentándose de leche materna aunque ahora las tomas eran más espaciadas y tres de ellas no eran directas, sino mediante un biberón ya que, desde hacía dos meses, añadían cereales a la leche. Pero hacía unos días, habían empezado a introducir frutas y verduras en forma de papilla o, a veces, de licuado. Tess empezaba a su hora ofreciéndole una pequeña cantidad de papilla y después completaba la toma, dándole el pecho. 

Verla familiarizarse con otros sabores y otras texturas había hecho las delicias de sus padres. Resultó que Romina no solo no le hacía ascos a nada, sino que recibía los nuevos alimentos de muy buen grado. Habían comenzado por las verduras y ahora también le daban fruta. Las iban introduciendo de una en una, sin mezclarlas, dejando pasar un día entre prueba y prueba, como les habían recomendado Mercedes, la comadrona que seguía muy de cerca tanto a la pequeña como a su madre, y también la pediatra.

—Plátano —repuso Stella—. Se lo dimos anoche y Tess cree que la hace dormir más, así que esta noche volverá a dárselo, a ver si fue una casualidad o no. Le encanta, ¿verdad, Romina?

Pero la niña ni siquiera le dedicó una mirada; estaba muy ocupada riendo ante las cosquillas que su padre le hacía en la tripita. No era de extrañar, pensó Stella. Dakota la había puesto de espaldas sobre el sofá y le levantaba la camiseta lo bastante para meter la nariz por debajo y frotarla contra su piel cuatro o cinco veces. Luego se retiraba y volvía a empezar. 

—Claro que te encanta el plátano. Eres hija mía. Sería imposible que no te gustara el plátano. ¡Chiquitina mía! —volvió a decir Dakota y metió su nariz debajo de la camiseta de la pequeña quien volvió a retorcerse de risa ante la nueva andanada de cosquillas.

—A tu hija, de momento, le encanta todo. ¿A quien habrá salido tan glotona?

—¿A quién va a ser? A mí —dijo Dakota, rebosante de orgullo paterno, mientras le acomoda bien la ropa a la pequeña—. Pregúntale a tu sobrina. Ella lo sabe mejor que nadie —volvió a decir con segundas, haciendo que las mejillas de su mujer acusaran recibo una vez más—. Venga, chiquitina, vamos a dar una vuelta antes de que tu madre me tire un zapato a la cabeza.

Dakota se levantó del sofá y empezó a recorrer la casa con Romina en los brazos mientras conversaba con ella. Al día siguiente, la pequeña cumpliría su sexto mes de vida y Tess, con ayuda de su hermana y de sus tías, había empezado a engalanar la casa. Él no era nada afecto a los lacitos y a los globos, pero a fuerza de verlos el dieciséis de cada mes, sin faltar uno, había acabado acostumbrándose y más aún, disfrutándolo a su manera. Era un recordatorio de lo bien que iba su vida desde que Romina había llegado a ella.

También servía a modo de nueva confirmación de algo que ya sabía; que su mujer era más lista que el hambre. Que Stella Baldini continuara como niñera de Romina estaba supeditado a la promesa por parte de Tess de que eso no serviría de excusa para que la buhardilla se convirtiera en el punto de reunión diaria de toda su familia política. Promesa que Tess había cumplido a rajatabla. Pero con la excusa de organizar el cumplemés de Romina, su hermana, sus tías e incluso hasta su suegra, acudían el día antes para ayudarla con la decoración, el día de la celebración para estar con la pequeña y, por supuesto, el día después para colaborar en la retirada de globos y guirnaldas. 

Y en esta ocasión, las mujeres de la familia habían rizado el rizo con la decoración; había hasta un gigantesco elefante de felpa rosa con lunares blancos custodiando la puerta de la habitación de la pequeña. Llevaba un sombrero festivo y una banda atravesando su cuerpo que ponía «¡Feliz cumple, Romina!». 

La niña no podía ser consciente de que todo ese revuelo de serpentinas, brillantina y globos tenía que ver con ella, aunque a veces Dakota tenía la sensación de que, de algún modo, lo era. Los globos atraían poderosamente su atención y las tres veces que él había probado a explotarlos para ver su reacción, a la niña no le había gustado. Tampoco quería que los quitaran. De hecho, la última vez, Tess había dejado los que adornaban la habitación infantil durante casi una semana.

—¿Sabes qué quiere decir que toda la casa esté a tope de globos de colores? —le preguntó con su voz especial que solo usaba cuando hablaba con su hija—. Que mañana cumples seis meses, chiquitina. ¿Ves? —dijo mostrándole el número seis del cartel de felicitación de cumpleaños situado en el pasillo, a la altura del salón. Era aún más grande que los anteriores, calculó que debía medir unos tres metros de largo y ocupaba buena parte de la mitad superior de la pared. Como para no verlo, se rio.

La niña estiró su manito y Dakota se acercó para que pudiera tocar el número hecho de papel glasé rojo.

—También quiere decir que mañana a la hora del té, tendrás a un coro de gallinas cluecas cantándote el cumpleaños feliz porque toooooda tu familia estará aquí, sitiando la casa hasta que me harte y los envíe con Dios. Paciencia, tío. —Se cansaba solo con pensarlo, de modo que exhaló un suspiro—. Todo sea por ti, Romina.

De pronto, notó que la pequeña lo miraba a él. Su pelo, concretamente. Tomó un mechón de su cabello y lo acercó a su mano regordeta.

—¿Te gusta el pelo de papá? —La niña emitió un gorjeo que Dakota quiso interpretar como un «sí»—. Es la caña, ¿eh? A tu madre también le encanta. Bueno, al principio decía que no. Pero, entre nosotros, yo creo que lo hacía por pincharme. Decía que un buen corte de pelo me sentaría de maravilla porque soy «un hombre muy apuesto», lo que en lenguaje repipi viene a querer decir que estoy cañón y le molo mogollón. —Un nuevo gorjeo sacó a Dakota de su abstracción narrativa y lo hizo centrarse en su pequeña—. ¿Qué es lo que te hace gracia, peque? ¿Lo de que «estoy cañón» o lo de que le «molo mogollón»? —Otro gorjeo le indicó que a su niña le gustaba el sonido de esas dos palabras. O, quizás, de alguna de ellas. Dakota lo festejó con una risotada—. Lo que yo pensaba. A tu madre, mi pelo siempre le ha molado mogollón... ¡Y a ti, también, chiquitina!

Unos metros más atrás, Tess...


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©️ 2023. Patricia Sutherland

«Romina & Co.»

(Fragmento)






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CR30 Romina & Co, de Patricia Sutherland

PERSONAJES:

DAKOTA ❤︎ TESS

EXTENSION:

5.711 palabras ❤︎ 28 páginas

BASADO EN:

Los moteros del MidWay, 4. Extras Serie Moteros 10