Bombón
6
Mandy miraba divertida cómo Mark se esforzaba por mantener el equilibrio y que el caballo no lo tirara, mientras la peonada hacía apuestas en broma para picarlo. Era una mañana espectacular y acababa de regresar de un paseo a caballo por la orilla del río.
—Mamá acaba de hacer tarta de cerezas, ¿te apuntas?
Ella se volvió hacia la voz y sonrió.
—Claro, ¿de dónde vienes? —dijo pasándole un brazo por la cintura a su padre.
—De hacer unas curas a unos terneritos que me dejó encargadas Gillian… Hoy está en la facultad… ¿y tú? Te has ido temprano ¿dónde anduviste?
—Regalándome un paseo a caballo de esos que hacen época… —sonrió—. Sienta de maravilla. Tendrían que incluirlo en los tratamientos de belleza de las estrellas de Hollywood.
John asintió sonriendo y ambos empezaron a caminar hacia la casa tomados del brazo.
—¿Cuándo vuelves a la carretera? —preguntó él con cautela. Se refería a las giras interminables que desde hacía cinco años, se llevaban a su hija lejos de Camden.
Mandy no contestó inmediatamente. No les había contado nada de lo ocurrido con Jordan y no le apetecía hablar del tema. Por otro lado, tampoco le parecía justo mantenerlos al margen.
John se le adelantó. La miró con ternura y se inclinó hacia ella para besarle la frente.
—Nos encanta tenerte en casa. Ojalá no tuvieras que irte, Mandy… Lo que sea que necesites resolver, lo resolverás a su debido tiempo. No te preocupes por nada ¿de acuerdo?
Ella asintió repetidas veces con la cabeza.
—Me gustaría volver a casa… —Mandy se detuvo y John hizo lo mismo. La miró con atención mientras ella continuaba hablando—. Independientemente de lo que decida hacer con mi carrera, me gustaría vender el piso y volver aquí —miró a su padre con los ojos brillantes.
Él sonrió, le acarició la nariz con un dedo. —Bien pensado.
Pocas cosas había tenido Mandy tan claras en su vida adulta. Unas pocas horas volviendo a sentir el interés que se profesaban los Brady, sus risas, su gran afición a compartir, su forma física de afectividad —aquellos abrazos que se daban, sin necesidad de un motivo que lo justificara más que el simple hecho de desear hacerlo—, y la infinidad de recuerdos de cada rincón... Unas pocas horas le habían bastado para ver con total claridad que no quería estar en ninguna otra parte más que allí, entre los suyos. Que en realidad nunca lo había deseado. Simplemente, había sucedido así.
Después de más de un mes de haber recuperado aquella otra normalidad de la vida en un rancho de la que ya casi no se acordaba, de comer comida casera en familia, de sentarse en el salón todos juntos a charlar, ver una película o las noticias… Mandy se había dado cuenta de que llevaba dos años metida hasta el cuello en una locura, y que si no le había ocurrido algo irreparable había sido por dos razones; suerte y Jordan.
Había semanas enteras de su vida de las que Mandy no podía dar cuenta: ni siquiera recordaba donde había estado. Muchas veces Jordan la había recogido semi-inconsciente en algún local. Eso, cuando alguien la reconocía y le avisaba, o ella misma —en un flash de conciencia— marcaba la memoria de su móvil. Muchas otras, de las que Jordan no tenía conocimiento, Mandy se despertaba en una cama que no era la suya, medio desnuda, en compañía de gente deconocida —a veces hombres, otras mujeres— y volvía al hotel de turno por su propio pie… Que aún continuara viva y sana, le parecía un milagro. Que no se hubiera quedado embarazada, un montón de suerte.
Sólo el pensamiento de lo que debió haber sido para él verla convertida en semejante piltrafa, le resultaba insoportable…
Era necesario que hablara con Jordan. Decirle que lamentaba haberle hecho pasar por eso, intentar recuperar lo que tenían. Llevaban juntos toda la vida, las cosas no podían quedar así.
Mandy volvió a tomar el brazo de su padre y reanudaron camino hacia la casa.
—Sí —concedió ella—. Es una buena decisión que pienso celebrar zampándome un buen trozo de tarta de cerezas… ¡Y a la línea, que le den pomada!
* * *
Mandy se echó un último vistazo en el cristal del escaparate, y respiró hondo. Después de cinco semanas de cuidados maternales, los colores habían regresado a sus mejillas y había engordado un par de kilos. Tenía el mismo aspecto de la Mandy normal, la de antes de convertirse en una diva caprichosa.
Aprovechó la salida de un vecino para entrar al coqueto edificio donde vivía Jordan, deseando que él estuviera en casa.
—¡Señorita Amanda! ¿Qué tal está? —la saludó una voz que le resultó familiar cuando se disponía a entrar al ascensor.
Era el encargado del edificio.
—¡Hola! Muy bien… —Sonrió sin saber muy bien qué más decir. Pensar en ver a Jordan ya la ponía lo bastante nerviosa como para ponerse a hacer relaciones públicas con un hombre al que había visto diez veces en toda su vida.
—¿Qué la trae por aquí? ¡No me diga que le echó el ojo al piso que está en venta! ¿Planea mudarse al edificio?
Mandy se tocó el cabello, incómoda, y sonrió. —No… No… Venía a ver a Jordan.
El hombre la miró confuso. —El señor Wyatt no vive aquí desde hace dos meses. Creí que lo sabía —añadió al ver la expresión de Mandy.
Ella se quedó cortada. No entendía nada. Si no vivía allí, ¿dónde?
—Cierto… —dijo para salir del paso—. ¡Qué despistada! Algo me comentó hace tiempo… Pero no volvimos a hablar del tema así que pensé que lo había pospuesto… Vaya… Voy a tener que mandarle los papeles por mensajero, tiene que firmarlos hoy…
—Pues, va a ser difícil —replicó él—. Vive en Nashville. Nashville de Tennessee, no de Arkansas.
A Mandy una sensación fría, desagradable, le recorrió el cuerpo.
—Bueno… —dijo colgándose su mejor sonrisa—. Está claro que no podrá firmarlos hoy… —se encogió de hombros—. Entonces, me voy...
Mandy abandonó el edificio a toda prisa y caminó sin rumbo fijo intentando centrarse y entender. ¿Cómo que Jordan se había ido a otro estado? ¿A hacer qué?
“Esto es de locos”, pensó, y se detuvo un momento. Se recostó contra la pared, intentando decidir qué hacer.
Que él se hubiera ido, le resultaba como el punto final, el carpetazo de Jordan a una etapa de su vida. No solamente no había vuelto a intentar hablar con ella desde aquel día, como para que no cupiera ninguna duda de que esta vez “se había acabado” de verdad, había cambiado de vida, de casa, de trabajo. Y de estado.
Mandy cogió el móvil de su bolso, y buscó el número de Jordan en la agenda.
Con cada ring, la respiración se le aceleraba un poco más.
Sonó tres veces, a la cuarta atendieron. Mandy contuvo el aliento.
—Si… ¿quién es? —escuchó que decían.
Ella cortó sin decir palabra.
Fue puro impulso. Uno que salió de sus entrañas, y del que no tomó conciencia hasta segundos después.
No era Jordan quien había contestado el teléfono.
Era una mujer.
* * *
Todo continuaba igual en la cabaña de pesca, junto al río. Igual que la última vez que Mandy había estado allí, hacía años ya. Si acaso, más lleno de polvo y telarañas.
Mandy se sentó en el viejo sofá de fieltro negro y apoyó la cabeza contra el respaldo.
Su mente retrocedió seis años, cuando ella era simplemente Mandy, la menor de los hermanos Brady, la única hija mujer de John y Eileen, la compañera de salidas de Gillian...
Y la hermana del mejor amigo de Jordan Wyatt.
Habían sido buenos tiempos. A pesar de que Jason jugaba football profesional desde hacía tres años y ya no vivía en Camden, seguían reuniéndose los cinco cada vez que el quarterback regresaba a casa de vacaciones. Jugaban billar, iban de camping, hacían trekking o simplemente, se reunían en la cabaña, y cantaban.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Mandy al recordarlo. Lo pasaban genial. Todo estaba claro entonces: ella vivía en un sitio ideal, rodeada de gente que quería y la quería, y aunque todavía seguía dudando acerca de a qué deseaba dedicarse en el futuro, había empezado a hacer sus pinitos como modelo, y le iba bastante bien.
La “onda de una piedra arrojada contra la superficie del remanso de su vida”, según Gillian, había introducido una variante en su patrón.
Y lo había cambiado todo en un instante.
Era un viernes de verano y como siempre, Mandy estaba en El Gato Negro, con su familia. Aquella noche había actuación especial: Shirley Rivas, una americana con ascendencia española que cantaba folk como los ángeles. Sus músicos llegaron a tiempo; la cantante no: un pinchazo estampó su coche contra los guardaraíles de la I-40 Oeste, a pocos kilómetros de Little Rock. Salvó su vida, pero jugó de factor x en la ecuación de otra existencia, la de Mandy.
Ella cantaba desde siempre y en todas partes: la ducha, la cocina, la cabaña, en la iglesia los domingos... Y aquella noche, también en El Gato Negro, ante una audiencia que la escuchaba atentamente, entre la que había algunas caras importantes del negocio de la música que se habían desplazado allí para escuchar cantar folk como los ángeles, y acabaron escuchando un country diferente, al estilo Mandy.
Su ascensión meteórica empezó aquella misma noche cuando una de las caras importantes allí presentes, le entregó su tarjeta y le dijo “dile a tu manager que me llame”. Una semana después tenía un contrato por diez actuaciones y al mejor amigo de Jason, Jordan Wyatt, como Manager.
Pero a ella le había llevado casi seis años comprender que Jordan había sido algo más que su amigo, más que su Manager: había sido el factor y de la ecuación.
Ahora él no estaba, la ecuación hacía aguas por todos los costados.
Y Mandy se hundía.
Se había rodeado de arribistas, chupasangres y viciosos para quienes ella no era más que carne de cañón. De lujo, pero carne nada más. ¿Por qué no había escuchado a Jordan? ¿Por qué había dejado que su vanidad tomara el timón y descontrolara su vida de aquella manera?
Había regresado a casa casi huyendo, esquivando a la prensa, contando mentiras a su equipo. Había cancelado dos meses de actuaciones con la excusa de una enfermedad que no había precisado, pero tenía que volver. Más tarde o más temprano, ella tendría que volver a las giras, a los hoteles, a las interminables sesiones promocionales...
Mandy inspiró profundamente.
¿Volver a aquella vida sin él? No se sentía capaz de hacerlo.
Sin Jordan, no.
* * *
Gillian echó un vistazo al porche de la casa. Mandy seguía conversando con su padre, de modo que aprovechó para hacer una llamada mientras llevaba los caballos al establo.
Miró la pantalla del móvil y frunció el ceño. Era el número correcto, sin embargo no había atendido quien debía.
—¿Está Jason? —preguntó dudosa.
—¿De parte de quién? —contestó una voz femenina después de una pausa.
Gillian rió en silencio. ¿Lo había pillado en plena faena?
—Soy Gillian.
—Un momento… —escuchó que le decían, y lo siguiente que oyó fue una voz que sí le resultaba familiar, en un tono que también le resultaba familiar.
"No cojas mi móvil. Ya te lo he dicho. ¿No entiendes mi idioma o qué?".
La mujer respondía algo, pero Jason ya estaba al teléfono así que Gillian no prestó atención.
—¡Hola, nena! ¿Cómo estás?
—Yo bien, tú ocupado ¿no? —apuntó ella, riendo—. Te llamo luego.
—No hace falta, en serio ¿qué te cuentas?
—Bueno, como veo que estás bien —dijo tomándole el pelo—, te cuento la otra razón de mi llamada ¿vale?
Jason soltó la risa. —Estaba mirando el video del partido del domingo.
—Ya, bueno… —continuó ella con tono pícaro—. Acabo de venir de dar un paseo a caballo con Mandy, y en el bucólico paisaje del río, me dijo que la semana pasada estuvo en casa de Jordan. Y se enteró de que ya no vivía allí, que ahora vive en Nashville.
—Pues, ayer hablé con ella y no me dijo ni pío… Bueno, más tarde o más temprano se iba a enterar.
—Sí, pero resulta que lo llamó y el móvil no lo atendió Jordan… —sonrió—. Igual que ahora, pero a Mandy la descolocó. Me dijo “Jordan no despista el móvil nunca. Si esa mujer lo atendió es que entre ellos hay algo. Está con él, quien sea, está con él”.
Jason permaneció pensativo un momento. —¿Y?
—¿Está con alguien?
El quarterback bebió un buen trago de agua mientras decidía qué contestar.
—Sí.
—Genial —se quejó Gillian, que se detuvo un momento y volvió a mirar hacia la casa. Su amiga seguía allí, charlando—. Ahora que Mandy empezaba a tomar tierra, el que despega es Jordan… ¡Dios, qué agobio!
Jason rió divertido. —¿Y qué bicho le ha picado a mi hermana? ¿Por qué quería hablar con él?
Gillian meneó la cabeza, incrédula.
—Se dio cuenta de que lleva dos años haciendo tonterías, y que Jordan lo ha pasado fatal... Quería disculparse con él, recuperar lo que había entre ellos…
—A buenas horas mangas verdes.
—Jordan tampoco se ha lucido mucho te diré… ¿Cómo puede estar colado por Mandy en septiembre, y en octubre estar con otra? ¿Será que en la era de Internet todo va así de rápido? —volvió a quejarse Gillian.
—Sigue colado por ella, pero no es un monje —Jason rió pícaro—. No se dedica a la vida contemplativa.
Cuando la oyó suspirar, Jason soltó la risa. —Relájate, no pasa nada.
—¿Tú crees? —dijo Gillian jugueteando con un pie en las piedritas del camino—. Ya conoces a tu hermana… Reconocer que mete la pata le cuesta horrores. Si es con un tío, una eternidad… Igual se deshiela el Ártico antes de que Mandy vuelva a intentar hablar con él…
—Pobres pingüinos —replicó Jason, tentado de la risa.
—¿En serio que está con alguien?
—Está con alguien —como cualquier tío—, pero no está en serio… Ya sabes de qué va ésto ¿no?
Gillian se disponía a contestar, pero un ruido seco del otro lado de la onda la dejó cortada.
—¿Qué fue eso?
—Un portazo —respondió Jason, aguantando la risa—. Terry acaba de largarse… Me parece que mi comentario no le gustó nada.
—Normal.
—¿Normal? Entiende de este juego más que tú y yo juntos —dijo él con tono desafiante.
—¿De qué hablas?
Jason rió de buena gana. —Es una animadora de hockey hielo y le van los tíos grandes. Jueguen al hockey o no. Sabe de qué va ésto.
Gillian meneó la cabeza, resignada. Para entender la forma de vida de Jason hacía falta litros de testosterona cosa que ella, naturalmente, no tenía. O ser una animadora cachonda, cosa que ella naturalmente, tampoco era.
—Esto para mí es chino mandarín, así que me vuelvo con mis terneros, chaval.
—Pues me dijo Mark que a Jeffrey el chino mandarín se le da bastante bien —apuntó él con picardía, y se acomodó en el sillón para disfrutar de lo que vendría a continuación. Le encantaba picarla.
Gillian sonrió. —Ya. Me voy, Jason.
—¿Lo sigues manteniendo a raya?
—Eres un cotilla ¿sabías?
—Venga, dímelo… ¿Hubo fiesta o no?
Gillian volvió a mirar en dirección al porche. Mandy ya no estaba allí.
—¿Con un empleado del rancho? —respondió, sardónica—. ¿Tienes fiebre? Por supuesto que no.
—Es un temporero, así que a otro perro con ese hueso.
—Trabaja en el rancho, querido. Tendría que ser una especie de Adonis para que me tentara hasta ese extremo, y un moreno es muy difícil que me resulte un Adonis… Además, entre nosotros —dijo hablando en confidencia—, esos tíos que no pueden hablar con una mujer sin empalagarla, me da que solamente hablan, ya me entiendes.
—Ese tiene pinta de querer hacerte más cosas, además de hablar —la pinchó Jason, aguantando la carcajada.
—Que “quiere” no tengo duda, que “pueda” es otra cuestión… Seguro que es de los que a los cinco minutos ya se les ha mojado la pólvora. Cosa que, por otro lado, es lo que suele ocurrir con la mayoría de los tíos hoy en día…
—¿En serio?
—Sí —respondió ella, asintiendo con la cabeza repetidas veces como si estuviera diciendo la mayor verdad del mundo—, suele ser un visto y no visto.
Jason soltó la carcajada y Gillian, al final, también.
—Dejemos de hablar de sexo, chaval. Tengo un montón de trabajo, poco tiempo y ningún panorama interesante a la vista, ¿te parece?
—Pobrecita.
—Ni que lo digas —Gillian reanudó su marcha hacia el establo tirando de los caballos, y cambió de tema—. ¿Nos veremos antes de los CMA?
Se refería a la ceremonia de entrega de los Country Music Awards, los premios más importantes de la música country, que se celebraría en noviembre y a los que Mandy estaba nominada como Mejor Vocalista Mujer.
—No lo creo. Los partidos que jugamos de visitante son en el fin del mundo… ¿Por qué no vienes tú?
—Claro, y a la facultad va mi doble.
—Vente en avión y te quedas el fin de semana...
—¿Tengo cara de millonaria? Y además ¿qué vas a hacer con tus chicas? —le preguntó divertida—. No quiero acabar con un ojo negro, guapo. Y hay un par de ellas que me tienen unas ganas bárbaras…
—Te invito yo —insistió él—. Fin de semana sin chicas, palabra.
—Mmm, no sé, no sé… Deja que me lo piense ¿vale?
—Los dos próximos fines de semana juego en casa. Vente y nos organizamos un tour por Nashville de los que hacen época... Nos lo vamos a pasar de miedo…
La idea de Nashville le gustaba; verlo a él, más todavía.
—Me lo pienso ¿vale?
—Vaaale.
—Y ahora te dejo. Mis terneros me reclaman. Sé bueno.
—¡Qué remedio! Terry acaba de largarse…
Gillian volvió con sus terneros después de encerrar los caballos, pero su mente continuaba festejando la noticia.
Un fin de semana en Nashville con Jason.
Se le reía el corazón sólo de pensarlo.
Dios, cuánto lo echaba de menos…
© 2007. Patricia Sutherland
Bombón,
la más sensual de la Serie Sintonías
Disponible en libro impreso y e-book