Bombón
3
Jason miró el visor del móvil, y sonrió. Se puso el auricular y se adelantó a la jugada con voz de crío arrepentido.
—Lo siento, lo siento, lo siento… Te prometo que esta semana, como sea, me voy a veros aunque sea un día…
Gillian se apoyó contra la tranquera del área de adiestramiento de caballos del rancho Brady y soltó la risa. —¿No me digas? ¿Y qué trola le vas a contar a Danielle?
—¿Danielle? ¿Qué Danielle? —preguntó, haciéndose el desmemoriado mientras aparcaba en el aeropuerto.
—La morena despampanante y súper celosa que llevabas de fondo en el móvil en Julio… —aclaró Gillian, siguiéndole el juego con picardía—. ¿O has cambiado de fondo?
—¿Julio? ¿De qué año?
Gillian soltó la risa. Jason era un ligón y un cara dura. Sin embargo, la razón de su llamada no era charlar un rato, así que fue directo al grano.
—Me rindo. Y te llamo por otra cosa… ¿Sabes algo de Jordan?
Jason frunció el ceño. —Hablé con él esta semana… —dijo al tiempo que cogía su equipaje y se dirigía al edificio de salidas—. Anteayer. Estaba como siempre, ¿por qué?
Ella se acomodó mejor la gorra de baseball y pensó unos instantes. O sea que la explosión era bien reciente…
Un poco más allá Mark, el hermano mayor de Jason, acababa de rodar por tercera vez entre las patas del caballo que intentaba domar ante las carcajadas de la peonada. Especialmente de Jeffrey, con quien Mark mantenía una competición permanente desde hacía años.
—Ya no está con Mandy.
—¿Cómo que no está con Mandy? —preguntó Jason riendo divertido—. ¡Si son como siameses desde que tenían los dientes de leche!
—Pues, ya no —replicó Gillian. No le extrañaba la reacción de Jason, a ella misma le parecía más imposible cuanto más pensaba en ello—. Pasó algo y tuvo que ser gordo porque Mandy no quiso entrar en detalles y me dijo que no quería que “en casa se enteraran”. Así que aquí no he dicho nada…
—¿Quieres decir que Jordan ya no lleva sus asuntos?
—Sí. Me dio a entender que ni siquiera está de gira con ella. No sé… Esta noche actúa en Dallas así que me voy a hacer una escapada. No la oí nada bien, la verdad… ¿Podrás volver a hablar con Jordan?
—Sí, no te preocupes. Voy a ver si lo localizo. Yo estoy a punto de embarcar para Miami. Por lo del Huracán Iván se adelanta el partido. Jugamos contra los Dolphins mañana, pero ni bien acabe el partido me voy para allí… Si no está con Mandy, estará en su casa.
Gillian sonrió. ¿Vendría a Camden? ¿Iban a verse? —Vale, campeón… Suerte mañana. Y crucemos los dedos por los siameses, ojalá haya sido una rabieta pasajera…
—Claro, no te comas el coco… —sonrió con picardía anticipando lo que iba a decir—. Mandy no traía manual de instrucciones bajo el brazo cuando nació, pero es mujer. Cuando la cosa se pone jodida solamente hay que deciros al oído el código secreto que desbloquea el mecanismo… Todas tenéis el mismo y Jordan, como es normal, lo conoce.
Gillian meneó la cabeza sonriendo entregada. —¿”Eres preciosa y lo siento?” —preguntó, burlona.
Jason rió. —Casi. Pero no.
Hizo una pausa a propósito.
Gillian esperó que él continuara, pero como siempre, no lo hizo.
—Bueeeno, se feliz. Dímelo…
Jason sonrió encantado y se lo dijo poniéndose en situación. —“Lo que tú quieras, preciosa”.
Y no acabó de hacerlo que los dos soltaron la carcajada. Entonces, Gillian vio que Mark se acercaba sonriendo, preguntándole si hablaba con su hermano. Ella asintió con la cabeza.
—No te imagino diciendo esas cosas, la verdad, pero si tú dices que desbloquea el mecanismo… —comentó ella, aún riendo—. Te paso con Mark. Un beso…
—Otro para ti. Sí, pásame con mi hermanito…
Gillian dejó a Mark hablando con Jason y se concentró en lo que sucedía dentro del ruedo donde Jeffrey había sustituido al mayor de los hermanos Brady, y también rodaba entre las patas del mismo caballo. Pero la concentración duró muy poco.
Un día más y volverían a verse.
Gillian no podía evitar sonreír cada vez que la idea de volver a pasar un rato con su amigo del alma, regresaba a su mente.
Aunque hablaban a menudo, no se veían desde hacía casi dos meses, desde principios de Julio. Y eso que en verano era cuando más se veían, porque tan pronto empezaba la temporada de football americano, Jason prácticamente no pisaba Arkansas.
Desde que a los diecinueve él decidiera dedicarse de lleno a ese deporte, Jason no había vuelto a casa más que algunas semanas en vacaciones y unos pocos días para Navidad. De Camden se trasladó a Kansas, cuando lo ficharon los Kansas City Chiefs. Jugó para ellos cinco temporadas hasta que un cerebro brillante de los Titanes de Tennessee se fijó en él. Lo ficharon y Jason volvió a mudarse de Kansas a Nashville. Llegó como caído del cielo y ya en la primera temporada triunfó. Después de otras tres, se había convertido en un ídolo y decía que Nashville le encantaba.
Hacía casi diez años que Gillian y Jason se veían a cuentagotas, y ella cotinuaba sin acostumbrarse. Adoraba a los Brady. Para ella siempre habían sido mucho más que su familia de acogida y Mandy, la menor de los tres hermanos Brady, era su mejor amiga, pero Jason… Se lo pasaban de miedo juntos desde siempre.
Y lo echaba tanto de menos…
La voz de Mark la volvió a la realidad.
—¿Así que mañana es el día en que acabaremos la partida que tenemos pendiente? ¡Já! ¡Os vamos a dar una paliza! —dijo abrazándola cariñosamente por el cuello.
—¡No! —exclamó ella quejumbrosa, mirándolo con cara de sufrimiento al recordar que, efectivamente, tenían una partida de billar sin acabar desde Julio. Y que ella hacía pareja con Jeffrey—. ¿Por qué? ¿Qué mal he hecho yo para merecer este castigo? Con Jeffrey, no… Por favor, por favor, por favor…
Mark le devolvió el móvil sonriendo con malicia. —Lo tienes embrujado y por ahí se cuenta que es potente como un caballo salvaje…
“Seguro que sí”, pensó Gillian. Jeffrey era todo un espectáculo de hombre: razonablemente alto, aunque no tanto como los Brady, de aspecto fuerte y sí, de ser muy potente. Pero era moreno y un machista zalamero, de esos que no podían hablar con una mujer sin soltarle piropos; dos características que a ella la enfriaban completamente.
—Ya —dijo Gillian de mala gana—, y como no deje de mirarme el culo cada vez que me toca tirar, lo voy a “embrujar” de verdad.
Mark asintió riendo. —Pensé que no te habías percatado…
—Ja. Ja. Ja —se burló ella mientras se dirigía a la casa.
A veces, cuando Mark la miraba, con su melena castaña, larga hasta la cintura y aquellos ojos de mirada vivaz, le parecía que había sido ayer que entraba en el rancho de la mano de la trabajadora social.
Entonces, Gillian tenía trece años, ahora veinticinco, pero excepto por la edad, y algunos centímetros más de altura, seguía pareciéndole la misma. El mismo cuerpo delgado y fibroso. La misma vitalidad en su expresión y su actitud. La misma tenacidad para plantarle cara a la vida. Y sin duda, la misma determinación de no permitir que nadie, ni siquiera unos padres que habían cometido demasiados errores, condicionaran su vida.
Todos los Brady se habían encariñado con ella desde el principio, especialmente Mandy, y cuando la ley la obligó a volver con su madre, a los dieciséis, ella se despidió de todos con su habitual talante alegre y una sola palabra; “volveré”.
Y eso hizo; dos años después —al día siguiente de haber cumplido los dieciocho—, cuando la misma ley que la obligó a volver junto a su madre ya no podía continuar obligándola, la vieron subir el camino que llevaba al rancho, con su mochila al hombro.
Y su sonrisa.
No llevaba el apellido Brady, pero para todos Gillian era un miembro más de la familia. Y para ella, Mark lo sabía en el corazón, los Brady eran su única familia, la que había elegido.
Muchas veces, como ahora, Mark no podía evitar pensar que también, en parte, aquella era la razón de que Gillian fuera tan reticente a tomarse a un hombre en serio. No era bonita, pero tenía una personalidad imponente y una actitud relajada y alegre, que los atraía como moscas a la miel. Había tenido mil “más que amigos” y todos habían seguido el mismo destino al cabo de un par de semanas; olvido. Gillian bromeaba con excusas como “porque te dan dos besos ya creen que pueden empezar a decirte lo que les gusta de ti y lo que no les gusta. Como si a alguien le importara…”, que los Brady, y especialmente Mark, interpretaban como un “aquí soy feliz, y si alguna vez tengo que plantearme dejaros por alguien, ese alguien tendrá que ser un clon rubio de Superman”.
Jeffrey no tenía ninguna posibilidad, pensó Mark mirándolo de refilón, y sonrió complacido. Mucho menos si en el mismo lugar estaba Jason Brady. Gillian y él eran uña y carne. El football hacía que se vieran tan poco que los días que él pasaba en Camden, los dos se sumergían en una vorágine de actividad que nadie podía seguir, organizando escapadas en una sucesión que no parecía tener fin.
Mark soltó la carcajada. Jeffrey volvía a rodar por los suelos. Y era la cuarta. Tenía tantas posibilidades con aquel brioso pingo negro como las que tenía con Gillian; ninguna.
© 2007 Patricia Sutherland
Bombón,
la más sensual de la Serie Sintonías
Disponible en libro impreso y e-book