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LA HISTORIA DE JANA Y DECLAN

Una historia basada en esta escena de la novela romántica
Los moteros del MidWay, HEA (Happily Ever After)


Capítulo 2


Declan le ofreció una sonrisa de compromiso a la camarera que, por segunda vez en la última media hora, se detenía frente a él con la excusa de hacer su trabajo y lo que en realidad hacía era tirarle los tejos. Y era de esa clase de sonrisa porque de qué otra clase podía dedicarle a alguien tan joven, prácticamente una niña. Le halagaba que se hubiera fijado en él y en otras épocas, quizás, le hubiera dado coba. Solo por entretenerse un rato. Ahora no se le cruzaba por la imaginación hacerlo. 

—Te recomiendo el champán. Es un Möet Chandon Brut y está de muerte. ¿Eres aficionado a este tipo de bebidas o como buen irlandés, prefieres la cerveza?

No eran bebidas lo que la joven tenía en la bandeja, sino tentempiés que él había declinado. Así que ni corta ni perezosa había cambiado de tercio, inventando un tema de conversación para seguir flirteando con él.

—¿De dónde sacas que soy irlandés? —Sin darle tiempo a responder, añadió—: Paso del champán, gracias. Prefiero no mezclar bebidas hoy. —Ya estaba bastante jodido, sin necesidad de mezclas que le pusieran el estómago del revés. Además, no quería darle pie a que ella regresara por tercera vez con la excusa de traerle una bebida.

Un joven, también vestido de camarero, se acercó a decirle algo al oído a lo que ella solo respondió con un asentimiento de cabeza. Pero enseguida volvió a la carga:

—¿No eres irlandés, de verdad? Habría jurado que sí... —repuso haciendo la correspondiente pausa para que él dijera algo. Dado que Declan no lo hizo, continuó—: Vale, entonces cerveza. Si me dices cuál prefieres, te la traigo en mi próxima ronda. ¿Cómo te gusta la cerveza?

«Y dale», pensó Declan. Estiró con un dedo el bendito cuello alto de su camisa de época. Entre el calor del ambiente y su disfraz de caballero inglés de finales del siglo XVIII se estaba asando. Recorrió el enorme salón del castillo con los ojos buscando lo que le interesaba. Mejor dicho, quién. Hacía mucho que había perdido de vista a Jana. Al principio, pensó que quizás habría ido al tocador de señoras, pero una hora era demasiado tiempo, así que había llegado a la conclusión de que lo más probable era que estuviera atendiendo a alguno de sus numerosos admiradores mientras él estaba ahí, aguantándole la vela a una cría que bien podría ser su hija. Estaba buena, no iba a negar lo evidente, y su interés lo halagaba. Pero la muchacha tenía un problema, uno insalvable; no era Jana.

Jana era la hermosísima mujer del vestido color pastel que iba hacia él, acababa de detenerse...

¡Y ahora se daba la media vuelta!

Joder.

—Disculpa, tengo que... —Declan no se molestó en completar la frase. Cuando había empezado hablar ya se estaba yendo.

¿Jana iba hacia él, de verdad?, ¿o era su mente que le jugaba malas pasadas otra vez? Estaba tan desesperado por pasar un mísero minuto junto a ella, que ya veía visiones. En todo caso, le daba igual si era real o imaginario. Dudaba que se produjera un milagro aquella noche y, desde luego necesitaría uno muy gordo para conseguir pasar un rato con ella, pero si existía una sola posibilidad de que ocurriera, iría a por él.

«¿Pero qué coño haces, tío?». Patrick había aparecido como por arte de magia y se había puesto a conversar con Jana mientras andaba a su lado. Declan soltó un bufido y sin pensárselo dos veces, les interceptó el paso.

—¿Te importa? —le dijo a Patrick—. Tengo que hablar con Jana.

Ni su tono ni su actitud daban margen a nada, pero a Patrick le dio igual. Jana le gustaba mucho. Le había gustado desde el principio, pero ella había empezado a salir con el guardaespaldas de B.B.Cox y había tenido que aguantarse. Ahora, corrían rumores de que habían roto y no estaba dispuesto a desaprovechar la oportunidad.

—Pues espera tu turno. Yo también tengo que hablar con ella —y con esas intentó rodear al guadaespaldas para seguir avanzando.

Una mano de Declan lo detuvo en el acto. Y su mirada se ocupó de informarle que su petición no estaba abierta a debate. De hecho, acababa de convertirse en una exigencia.

—Piérdete —le ordenó y acto seguido miró a Jana, instándola a que ella se lo confirmara.

A Jana le habría gustado decirle a él que se perdiera, pero era muy consciente de que solo sería de boquilla. En el fondo de su corazón no quería que Declan se fuera. Le pesara admitirlo o no, le había gustado comprobar que había salido corriendo detrás suyo, dejando a la camarera hablando sola. Después de semanas de indiferencia, era la primera prueba fehaciente de que su interés por ella seguía vivito y coleando. Lo cual suponía un enorme placer. Y un grandísimo alivio.

—Luego voy a buscarte y seguimos hablando, ¿te parece bien? —propuso Jana a Patrick.

Él sonrió de mala gana.

—¿Tengo alguna otra alternativa? 

Quien respondió fue Declan.

—Siempre hay una alternativa. Pero no creo que te guste.

Patrick decidió que lo mejor era dejarlo estar. Y eso hizo, despedirse con un guiño de Jana y marcharse. No tenía nada en contra de Declan, excepto que le parecía demasiado gallito. Sin embargo, era amigo de su jefe y no estaba por la labor de montar una escena en un día tan señalado para él.

Que Jana prefiriera seguir junto a Declan, no implicaba que le hubiera parecido bien su manera de tratar a Patrick. Todo lo contrario. Y ya puestos, se lo diría:

—¿Por qué siempre eres tan borde con él? —le recriminó.

Hacía dos minutos que Declan había empezado a creer en los milagros y se sentía tan eufórico ante la posibilidad de pasar un rato con Jana, que quería celebrarlo. Localizó con la vista a un camarero. Notó que en la bandeja solo traía champán. «Como si es agua», pensó. Estaba tan eufórico que le daba igual.

Tomó dos copas de champán de la bandeja y le ofreció una a Jana.

—Porque le gustas y nunca se ha tomado la molestia de disimularlo —repuso.

—Esa no es excusa para que ser siempre tan desagradable.

Declan se bebió la mitad del contenido de la copa de un trago y fue a por todas.

—Para mí sí, Jana. Está intentando flagrantemente pisar mi terreno... Y antes de que me salgas con alguna de tus reivindicaciones feministas... —Sonrió porque entre las burbujas del champán y la cercanía de Jana se sentía demasiado feliz para no hacerlo. Se sentía todopoderoso—: Es un tío. Sabe que lo que está haciendo no está bien.

Vio que ella se dedicaba a su copa sin hacer comentarios. Caminaban despacio, uno junto al otro sin tocarse, pero era lo más cerca que habían estado en mucho tiempo y el efecto era evidente para los dos.

—¿Te apetece dar un paseo por el jardín? —ofreció él.

Jana sonrió para sus adentros ante otra clara demostración de interés por parte de Declan. «Vaya manera de ir al grano, ancianito», pensó risueña. Entonces, tomó conciencia de que volvía a sentirse ella misma y de que hacía mucho tiempo que no se sentía de esa forma. 

Iba a responder cuando notó que él la miraba y sonreía… Y supo que le había leído la mente. Algo que Declan le confirmó al decir:

—De acuerdo. No quiero que pienses que estoy buscando que nos quedemos a solas... aunque lo esté buscando, claro. Pero no lo haré tan evidente, tienes razón... ¿Qué tal dar una vuelta por el castillo? Seguro que, como mínimo, nos encontraremos con alguno de esos hombrecillos vestidos con kilt.

La sola idea de poder pasar un tiempo junto a Declan hizo palpitar el corazón de Jana, que se las arregló como pudo para sobreponerse y responder:

—¿Ya has acabado de conversar con la señorita de la bandeja?

Él sacudió la cabeza divertido.

—Era ella quien conversaba conmigo —dijo y vio que Jana volvía el rostro para mirarlo.

—¿En serio? No me lo pareció.

Había una sonrisa desafiante en aquel rostro precioso que a él le encantó ver. Todo un cambio al tipo de gestos que ella le venía dedicando desde hacía dos meses y medio.

—En serio, Jana. Siempre he tenido éxito entre las mujeres. ¿Qué quieres que te diga?

—Oh... Cuánta modestia.

—¿Y qué hay de ti? Porque con tres horas menos que tú en esta boda, te he visto conversando con uno de los músicos, con el jefe de los camareros y hasta con el español ese, el segundo de abordo del chef. ¿Les estabas vendiendo tu nueva colección primavera-verano? Me da que no. Y vete a saber con cuántos más has estado hablando mientras yo no estaba...

Así que la había visto y había tomado nota. Bien. Muy bien.

—Soy de las pocas damas que han acudido sola a esta gran boda llena de parejas. Además, yo siempre hablo con mucha gente. ¿O ya se te ha olvidado?

Declan esbozó una gran sonrisa. De pronto, recordó que en un mes, Harley y Jana iniciarían su calendario anual de asistencia a las ferias internacionales del tatuaje, acudiendo como siempre con un stand propio. Cuando todavía eran pareja, los dos disfrutaban mucho de pasar tiempo juntos lejos de casa. Ahora que no lo eran, a Declan le parecía un regalo, la oportunidad de tenerla cerca, de volver a conquistarla, de recuperar lo que tenían.

—Hasta con el charcutero, es cierto —celebró, haciéndola sonreír—. Bueno, ¿qué, paseamos o no?

—Pero evitemos las escaleras. Estos zapatos son una tortura...

—Muy bien, milady. Evitaremos las escaleras —confirmó Declan.


* * * * *


La enorme chimenea que en su época se usaba para cocinar, convertía la estancia en un lugar acogedor y, hasta cierto punto, íntimo. No era un lugar habilitado para la gente aunque estaba abierto al público. De modo que apenas había una larga y vieja mesa y un par de sillas en un rincón próximo a la chimenea. Declan le señaló gentilmente una de las sillas y se sentó a su lado.

—Qué sorpresa lo de Brandon y Harley, ¿no? Lo último que esperaba de él era que se despachara con algo así. Siempre ha sido muy pesado con su vida privada y esas cosas…

Jana asintió enfáticamente. Se había quedado muda por la sorpresa. Brandon lo había llevado tan en secreto que, detallista como era para todo, había renunciado a que las damas de honor vistieran a juego con los novios para no verse obligado a desvelar sus planes. Su traje color pastel sería una nota discordante en las fotos de la boda, pensó risueña.

—¿Y tú cuándo te enteraste?

—Alucina: me lo dijo hace tres días, cuando hubo que coordinar el viaje de los padres de Harley y los detalles del traslado de las dos familias y del personal del estudio a Escocia… Y yo que pensaba que me quería aquí por… —De pronto, calló. 

Jana leyó entre líneas.

—Ya. Por la misma razón que Harley me quería aquí —concedió—. ¿Y qué le dijo al personal? Porque han venido todos…

—Eso fue lo más fuerte. Los reunió ayer al mediodía, después de que tú y Harley estuvierais camino de aquí, y los invitó a «una fiesta secreta de disfraces que no se querrían perder». Confidencialidad absoluta, ni una palabra a nadie y muy especialmente a Amy. Todos los gastos pagados. Trajes reservados. Solo tenían que decir que sí y estarían dentro. Sabe que su gente lo adora, que lo siguen donde sea. En media hora, se habían apuntado todos. 

—Reconozco que me gusta todo este montaje —concedió Jana—. Brandon tiene su punto incluso para hacer algo que pega tan poco con su personalidad como abrir la cortina y dejar que los mortales de a pie curioseemos en su vida privada… Y la verdad, en mi opinión, ya iba siendo hora de que «salieran del armario»… Quiero a Harley como si fuera mi hermana y me encanta pasar tiempo con ella, pero eso de ser constantemente su comodín para mantener a salvo su otra vida secreta empezaba a ser un problema para mí… Tengo demasiado trabajo. Y mis manos siguen siendo las mismas dos de siempre. 

—Sí, yo también creo que es hora de que dejen de ocultarse. Entiendo las reticencias de los dos. Profesionalmente, se juegan mucho. Pero no iban a poder mantener el secreto eternamente. Antes o después alguna cámara los iba a pillar en un desliz. Tomando la iniciativa, al menos, pueden controlar el momento y quizás, la cantidad de información que desvelan… Se lo he dicho mil veces a Brandon. Pero hasta ahora su respuesta ha sido «ni hablar»… Lo que me lleva a pensar que tiene que tener otras razones…

Jana sonrió intrigada.

—¿Otras razones? ¿Cómo cuáles?

—No estoy seguro… Sé que a Harley el tema de boda pública o boda secreta le da más o menos igual… No es obsesiva como Brandon con su vida privada…

—¿Obsesiva con su privacidad? —se rio—. Mi amiga es indiscretamente sincera y abierta con su vida privada. Te lo digo yo, que la he oído hablar de todo.

Declan podía imaginarse a qué se refería por «todo».

—Pero piensa, ¿por qué alguien que se ha negado sistemáticamente a hacer pública su verdadera relación sentimental con Harley durante cuatro años, de buenas a primera, se despacha con una boda pública por sorpresa? Aquí hay gato encerrado, Jana. No sé qué clase de gato es, pero que lo hay, lo hay.

Jana asintió sonriendo. Tenía mucho sentido lo que oía. 

—Qué intriga, ¿verdad? A ver con qué nos sorprenden estos dos locos ahora…

Declan se la quedó mirando. Le resultó curioso como ahora, que disfrutaba de su compañía en soledad y la tenía toda para él, no deseaba romper el encanto. «Se está tan bien así…», pensó.

Pero estaba seguro de que ella había ido en su busca con la intención de hablar y que verlo con la camarera la había disuadido. Y ahora estaban allí y no podía dejar pasar la primera oportunidad que se le presentaba en mucho tiempo.

—No sé lo que te pasó, Jana.

Ella bajó la vista. Lo que le pasaba era miedo. 

—No sé qué pude haber hecho que te desencantó tanto como para querer cortar conmigo sin darme siquiera la ocasión de hablar… —continuó diciendo. 

Lo que le pasaba a Jana era que, en contra de todos los pronósticos, incluso en contra de lo que ella misma había creído después de años de terapia, seguía siendo una tullida emocional que se sentía amenazada por todo porque no se fiaba de nada que proviniera de un hombre. Pero aquel no era el momento ni el lugar de airear sus miserias.

—Por favor, hoy no —lo interrumpió ella.

Declan no pudo evitar reparar en ese «hoy no» que le puso el corazón al galope. «Hoy no» encendía una lucecita de esperanza de que quizás «mañana sí».

—Iba a decir que me da igual lo que haya pasado. 

Ella se volvió a mirarlo. Detrás de unas gafas redondas y negras, los ojos brillantes de Jana no se apartaron de Declan. Él continuó:

—Me da igual. Me gustaría saberlo y en su momento me tocó muchísimo la moral… Soy un novato en estás lides —reconoció en un tono que sonaba muy poco a él, pero era innegablemente sincero—. Y supongo que me dejé llevar… A ver, no quiero que haya confusiones… —aclaró—. Creo que tengo derecho a saber lo que pasó y no voy a renunciar a eso… Pero no quiero perderte. Tú me importas más que cualquier razón que puedas darme. La verdad es que te quiero en mi vida y, de una forma o de otra, me las voy a arreglar para que me perdones… Sea lo que sea que haya hecho mal.

Jana tuvo serios problemas para recuperarse. De pronto, le faltaba el aire. Lo último que había esperado era una rendición incondicional por parte de Declan. Y no sólo le llegó al corazón, también la hizo sentir terriblemente culpable.

—Yo tampoco quiero perderte, Declan. Hablaremos. Pero no hoy… Hoy necesito pasármelo bien. Y si es junto a ti, mejor que mejor.

Esta vez no hubo dudas ni ironías a cuenta de las veces que ella le había prometido lo mismo y no lo había cumplido. Esta vez, ambos sabían que acababan de dar el primer paso en pos de una reconciliación.

Declan tomó su mano delicadamente, casi con timidez.

—Entonces, eso es lo que haremos, Jana.



©️ 2023. Patricia Sutherland
Todos los derechos reservados.



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