VOLVER A EMPEZAR
LA HISTORIA DE JANA Y DECLAN

Una historia basada en esta escena de la novela romántica
Los moteros del MidWay, HEA (Happily Ever After)


Capítulo 5


Domingo, 15 de marzo de 2015.

Casa de Declan Keegan,

Londres.


Eran más de las nueve de la noche cuando Declan al fin se dejó caer en el sofá. 

En lo profesional, las cosas habían ido más o menos según lo previsto. Pero en lo personal…

Se descalzó y subió las piernas a la mesita ratona. Estaba tan cansado, que no le daba ni para ir hasta la nevera a por una cerveza. Sabía, aunque una parte de él todavía se resistiera a reconocerlo, que buena parte de ese cansancio no era físico, sino emocional. O como fuera que se llamara esa sensación de agotamiento por estrés, por ansiedad. Por no dejar de pensar en el mismo asunto y tener expectativas al respecto, a pesar de saber que tenerlas era una pésima idea. Y de frustrarse cuando, tal como pensaba, las expectativas no se cumplían. Y vuelta a empezar. A devanarse el seso, intentando resolver lo único que estaba en su mano, a saber, cómo seguir en la vida de Jana, probando con algo diferente, ilusionándose con que esta vez sí conseguiría al menos avanzar un poco, y…

Jodido círculo vicioso.

Jana le había agradecido el desayuno con uno de sus wasaps llenos de exclamaciones y emoticonos, pero no le había dicho a qué hora llegaba su vuelo. 

De más estaba decir que él tenía ese dato. Le había costado una llamada averiguarlo. Pero no podía usarlo porque no debía. La única forma de conseguir que Jana se mantuviera receptiva a seguir en contacto era no forzar la marcha. Que no se sintiera presionada. Hasta un ignorante en las cosas del amor sabía eso. Así que no presentarse «por sorpresa» en el aeropuerto a la hora que ella llegaba, había sido un esfuerzo titánico.

Ver pasar las horas sin noticias suyas y no llamarla ni escribirle, uno aún mayor.

Y ahora estaba en su sofá, con el ánimo a la altura del subsuelo de un búnker antiaéreo, totalmente hecho polvo…

E incapaz de dejar de darle vueltas a cómo volver a verla, a oírla…

Un sonido anunciando que había recibido un nuevo wasap consiguió que su corazón se saltara un latido. Su ansiedad estaba a punto de abandonar la órbita terrestre.

Pero no era Jana. No era siquiera su móvil principal, sino el de las citas. Lo seguía llevando encima porque aún no había acabado de cerrar ese capítulo de su vida con todas las implicadas. En cuanto lo hiciera, volvería al cajón del escritorio a dormir el sueño eterno. 


«Estoy en el pub de siempre. ¿Te apuntas a una cerveza?»


Declan exhaló un suspiro. Por lo visto, Tiffany P. no se había rendido. Era comprensible. El Declan de otras épocas jamás le habría dicho en serio a una de sus citas que estaba interesado en una mujer. Y en el más que improbable caso de haberlo hecho, ninguna de ellas lo habría tomado en serio.

Pero él ya no era ese Declan. Era este muermo colado hasta el tuétano por una mujer que, a su manera, y a pesar de haberle asegurado que hablarían, lo seguía manteniendo en la ignorancia. Y a distancia.

Declan apagó el móvil y volvió a guardarlo en el bolsillo interior de su cazadora sin hacer el menor ademán de responder al mensaje. Ya le había dicho todo lo que tenía que decir a Tiffany P. y con ello había puesto punto final al sentimiento de culpabilidad por haber iniciado el contacto, sabiendo que no conduciría a nada. Por más cabreado con Jana que hubiera estado en su momento, no había marcha atrás. Era con ella con quien quería estar. Salir con otras, solo le había servido para comprobar que, fueran como fueran las cosas cuando era un soltero empedernido con una libido irrefrenable, ya no eran igual. Su libido seguía igual de irrefrenable, pero saciarla con alguien distinto de Jana era tan solo un alivio físico momentáneo que duraba lo que tardaba en eyacular. Un alivio en el que el resto de él apenas participaba; su mente estaba a kilómetros de la cama en la que yacía con la mujer de turno. 


* * * * *


Declan se había quedado dormido en el sofá. En mitad de la noche, se había espabilado lo bastante para arrastrar sus huesos hasta la cama donde se había acostado sin desvestirse, tapado de mala manera con la manta que siempre tenía a los pies. Y, por supuesto, sin poner la alarma.

Fue el timbre de la puerta lo que lo despertó. Un timbre que tuvo que sonar tres veces antes de que él consiguiera recobrar la conciencia y levantarse.

—Voooooy… Ya voy… —dijo al entrar al salón intentando no llevarse nada por delante. Las persianas estaban bajadas y no tenía la menor idea de qué hora era. Entonces, el timbre volvió a sonar haciendo que él tensara las mandíbulas—. ¡He dicho que ya voy!

Llegó a la puerta, la abrió de malos modos…

Y por poco se le cae la mandíbula al suelo al ver quién estaba al otro lado de la puerta.

Jana se las arregló para esbozar una sonrisa graciosa.

—Te has quedado dormido, ancianito… —dijo recorriéndolo con la mirada. Llevaba la camisa parcialmente abierta, medio metida dentro del pantalón, y el cinturón abierto. Menudo monumento, pensó. Pero no fue eso lo que dijo—: Vestido, por lo que veo… ¿Te dije o no que lo de este fin de semana era demasiada marcha para ti?

En medio de la súbita alegría que se había adueñado de él y del enorme placer de haber podido comprobar cómo a ella se le iban los ojos, mirándolo, Declan arrugó la frente.

—¿Hay algún problema en la boutique?

Claro. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había presentado ante su puerta sin previo aviso. Jana suspiró. 

—Son las seis de la mañana, Dec. 

Declan sintió que sus rodillas flaqueaban al oír su nombre en diminutivo. Hacía siglos que no lo oía de sus labios. Tres meses que le estaban pareciendo un milenio. A veces, Brandon también lo llamaba así, pero en su caso no había ninguna dulzura implícita, solo la costumbre de abreviar su nombre. ¿Que Jana lo estuviera llamando así significaba algo? ¿Era una señal de que intentaba que las cosas volvieran a su cauce? ¿De verdad? No se lo podía creer. Algo importante tenía que estar pasando para que se hubiera presentado allí a las seis de la mañana. 

Declan abrió del todo la puerta y se hizo a un lado. Un instante después, su nuevo yo le recordó que no debía dar las cosas por sentado.

—¿Quieres entrar o…?

Jana apartó la vista. De pronto, no le parecía tan buen idea. ¿Estar a solas con él después de semanas echándolo desesperadamente en falta? Volvió a suspirar. Mejor que no.

—Sé que empiezas a trabajar en una hora, pero… ¿Te importa si vamos a una cafetería? Puede ser una que esté cerca de tu trabajo. Invito yo.

¿Si le importaba? Con tal de pasar un rato con ella se apuntaría a un bombardeo.

—Dame unos minutos para ponerme presentable y vamos a por ese café. Entra, si quieres. No tardo —y se alejó, dejando la puerta abierta.



©️ 2024. Patricia Sutherland
Todos los derechos reservados.



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