Bombón




7




     Jason decía que era su local favorito en Nashville. Llevaba funcionando cuatro años y aunque los bares y locales de marcha brotaban como champiñones en la capital mundial del country, el Club Perseus seguía al tope de la lista de preferencias de los nashvilianos: buen ambiente, buena música, limpieza escrupulosa, los mejores cócteles de la ciudad, y varios de ellos “sin una gota de alcohol” puntualizaba Jason, que vivía a dieta sana desde los dieciséis. Para Gillian, lo más espectacular eran sus bóvedas acristaladas que dejaban ver parte del cielo nocturno de Nashville. Aunque lo que acababa de entrar por la puerta, estaba a punto de desbancarlas del primer puesto.

     Gillian se acercó un poco a Jason y le habló en voz baja.

     —¿Esto es casual? —preguntó, divertida.

     Jason la miró con picardía y negó con la cabeza.

     Ella miró en dirección de los lavabos. Mandy aún no aparecía.

     —¿Jordan sabe que Mandy está aquí? —añadió con ojitos ilusionados. Él asintió con la cabeza sonriendo triunfal—. Dios… ¡qué historia!

     Jordan ya estaba allí, con su sonrisa seductora y feliz de volver a ver a Gillian.

     —¡Hace siglos que no te veía! —exclamó ella, tomando la cara de Jordan entre sus manos, loca de contenta—. ¿Estás bien?

     —No me quejo —respondió él, sonriendo—. ¡Y tú, has crecido!

     Jason soltó la risa. —¿Esta enana?

     —No, son los zapatos… —aclaró ella—. Las chicas a esta edad solamente crecemos de ancho…

     —¿Qué bebes? —invitó Jason —. ¿Jack Daniels?

     Jordan asintió. Gillian notó que él disimuladamente echaba una mirada alrededor. Buscaba a Mandy, estaba claro.

     Y cuando la encontró, su expresión cambió completamente.

     Gillian codeó a Jason. Era un espectáculo digno de ver, como si, de pronto, todo lo demás se hubiera borrado y sólo existiera aquella mujer escultural de melena rubia ensortijada, que aún en jeans y chaqueta vaquera cortaba el aliento. Y no solo el de Jordan. Miradas golosas llovían sobre ella de todas direcciones mientras atravesaba el local hacia la barra.

     Un espectáculo tan digno de ver como la expresión en la cara de Mandy cuando a medida que se iba acercando a la barra, tomaba conciencia de que el que estaba allí, de pie, mirándola, era su ex Manager.

     Los ojos de Jordan brillaban, y a Gillian le cuadraba: estaba enamorado de Mandy, algo tan evidente que no acababa de entender cómo era que su amiga no se había dado cuenta.

     Lo que a Gillian ya no le cuadraba tanto era el brillo de los ojos de Mandy. Y la reacción de apartarlos un instante y mirar a otra parte, como si no pudiera mantener la mirada, le cuadraba menos aún.

     Pero Mandy ya estaba junto a ellos, sonriendo, con aspecto bastante recuperado.

     —Hola, Jordan… ¡Qué sorpresa! —dijo, acercándose a él para darle un beso en la mejilla.

     —Hola, nena, me alegro de verte —él le devolvió el beso.

     Aunque algo tensa y cortada, Jordan había iniciado una conversación sobre “lo que no había que perderse de Nashville”, que Mandy seguía con total atención como si estuviera oyendo un mensaje del Más Allá. Jason añadía sus opiniones y sus comentarios pícaros de siempre. Y Gillian disfrutaba del gusto de volver a tener reunidos en un mismo lugar y momento a tres de las seis personas que más quería en el mundo. E intentaba recordar cuándo había sido la última vez que había ocurrido. Sin éxito. Hacía mucho, muchísimo tiempo de la última vez. Demasiado.

     —¿Estás contenta?

     Gillian volvió a la realidad y miró a Jason. Él sonreía.

     —Estoy felíz.

     Jason la abrazó por el cuello y la atrajo hacia él con una sonrisa inmensa.

     —Eres alucinante.

     —No lo puedo evitar —dijo ella acomodándose mejor en el taburete una vez que Jason la hubo soltado—. Daría cualquier cosa por volver el tiempo atrás y recuperar esos fines de semana familiares en el río… ¡Qué bien lo pasábamos!

     “Mejor que bien”, pensó Jason. Pero no quería traer esas imágenes a su mente ahora. Tenía a su hermana y a sus dos mejores amigos allí, y lo que deseaba era disfrutarlos.

     —¿Qué te parece si desaparecemos en la pista de baile un rato y los dejamos que aclaren sus asuntos?

     Gillian sonrió de oreja a oreja, movió la cejas sensualmente. —Wow… Sí, por favor.


* * *

     Los primeros minutos fueron algo tensos. Mandy sabía que era la ocasión de decir lo que quería decirle, pero aunque secretamente había deseado poder verlo en Nashville, realmente no había contado con eso. Así que verlo allí era, en cierto modo, inesperado: no sabía por dónde empezar.

     Y además, se sentía rara. Si había algo que siempre le había resultado fácil, era precisamente hablar con Jordan. Pero ahora, por alguna razón, se sentía nerviosa. Su presencia la ponía nerviosa.

     —¿Qué tal te van las cosas? —preguntó él, rompiendo el hielo con su tono gentil y su mirada dulce.

     —Bien… Hasta engordé tres kilos… —Mandy sonrió con cierta timidez y bebió un trago de su tónica—. Lo que los abrazos de los Brady y las tartas de cerezas de mi madre no consigan…

     Jordan rió al recordar los atracones que se daba de chico en casa de Mandy. —Ya… Las tartas de tu madre son tremendas; cuando empiezas no puedes parar… ¿Sigue haciendo esas de queso y... eran moras?

     Mandy asintió sonriendo. —Sí, señor. Y me parece que ahora son mucho más ricas que antes…. O será mi ataque de mamitis, no sé, me saben a gloria, la verdad…

     Jordan asintió. —¿Y en lo profesional?

     —Hice un alto en el camino —admitió ella, seleccionando cuidadosamente las palabras mientras jugueteaba con su vaso sin mirarlo—. No me gustaba mi vida… esa vida. Así que decidí tomarme algún tiempo y pensar cómo quiero encarar el futuro…

     Jordan volvió a asentir y bebió un trago de su bourbon sin hacer comentarios.

     —Es curioso como a veces las cosas se tuercen y casi sin darte cuenta, te encuentras metido hasta el cuello en una especie de… —Mandy respiró hondo—, no sé… de realidad paralela. Y no tienes ni idea de cómo has llegado hasta allí… Fue volver a pisar el rancho y darme cuenta de que, en el fondo, nunca quise vivir en otra parte —lo miró brevemente—. He puesto en venta mi piso de la ciudad. Sea lo que sea que haga con mi vida, será en mi casa, con mi familia… Me quitaré los kilos de más sudando en el gimnasio, pero de mi casa no vuelvo a irme…

     Jordan continuó mirándola. Estaba preciosa, como siempre.

     Más que siempre.

     Llevaba casi tres meses en Nashville, tenía casa nueva, trabajo nuevo, vida nueva, chicas para cada día de la semana y alguna que jugaba de titular de vez en cuando, y no podía quitarse a Mandy de la cabeza. Se despertaba y cuando abría los ojos, regresaba aquella sensación de sentirse incompleto que ya no lo dejaba el resto del día, daba igual lo que hiciera.

     No estaba funcionando. Su plan, no estaba funcionando. La distancia y la falta de noticias acerca de Mandy solamente empeoraban las cosas. En vez de olvidarla, cada segundo la recordaba más. Y la añoraba más.

     La voz de Mandy lo devolvió temporalmente al presente.

     —Y también me di cuenta de que tienes que haberlo pasado realmente mal viéndome hundirme en la mierda hasta el cuello —confesó ella mirándolo con ojos brillantes y expresión avergonzada—, y lo siento. Lo siento muchísimo, Jordan.

     Él inspiró profundamente, y apartó la mirada.

     Técnicamente, no lo había esperado. Mandy no era de las que pedían disculpas. Cosas importantes debían estar ocurriendo en su mundo para que estuviera allí, reconociendo que se había equivocado, asumiendo toda la responsabilidad y sí, diciendo que lo sentía. A duras penas él estaba arreglándoselas para sobrevivir a lo que sentía por la Mandy caprichosa y egocéntrica… Si su Mandy, la tierna, volvía, él haría una estupidez. Una de la que se arrepentiría el resto de su vida.

     —Pero por espantoso y duro que te haya parecido, pudo haber sido muchísimo peor y si no lo fue —continuó ella suavemente—, fue gracias a ti. Ojalá alguna vez pueda compensarte por esto, porque estas cosas no se resuelven dando las gracias… Son demasiado importantes…

     Jordan tragó saliva.

     Dios, por favor no sigas… —Está bien, Mandy… Seguro que tú habrías hecho lo mismo por mí —se pasó la mano por el cabello nerviosamente y echó un vistazo a su reloj—. Tengo que irme… Me gustó volver a verte. Despídeme de Jason y Gillian, ¿quieres?

     Ella sonrió nerviosa. Que él se fuera tan pronto, la tomó por sorpresa. Era evidente que lo esperaban. Y quedaba claro que era importante. Más importante que ella.

     —Claro, nos vemos en los premios ¿no? —se atrevió a preguntar.

     Jordan asintió, le guiñó un ojo y se marchó. Mandy se quedó mirándolo hasta que desapareció entre la gente. Luego, bajó la cabeza y tomó conciencia de cómo se sentía.

     Estaba helada.

     Y el corazón, que latía a doscientas pulsaciones por minuto, parecía a punto de saltarle del pecho.


* * *

     Haberlo visto en Nashville no había resultado bien. Mandy se había disculpado con Jordan. Había esperado que eso la aliviara de alguna manera, que las palabras mágicas 'lo siento' que había dicho tan pocas veces en su vida, actuaran como un bálsamo, y se llevaran aquel desasosiego que había entrado en su vida exactamente en el momento que comprendió que Jordan salía de ella.

     Pero no había sido así.

     Ahora, además, había una nueva sensación que añadir a la lista; ansiedad.

     Porque pasaran los seis días que faltaban para el nueve de noviembre, el día de la entrega de los CMA, supiera si su carrera se había hundido definitivamente o si, al contrario, algún angelito del cielo le hacía un regalo y ganaba la categoría Mejor Vocalista del Año.

     Y por volver a ver a Jordan. Necesitaba verlo, charlar con él, sentir, aunque fuera por un par de horas, que todo seguía siendo igual que siempre entre los dos, que su estúpida vanidad no se había cargado lo que tenían. Necesitaba que la viera bien, lejos del precipicio que había sido su vida durante los últimos dos años, que volvía a ser Mandy, “bombón” como él solía llamarla siempre.

     Siempre, antes.

     Antes de que se convirtiera en una estúpida insoportable rodeada de zánganos.

     Ella exhaló un largo suspiro. Aquella Mandy ansiosa, confundida y apática tampoco era “bombón”. No tenía la menor idea de quién era, pero debía vivir con ella.

     —Es Mandy —murmuró Eileen y volvió a sentarse junto a su marido, en la cocina.

     Oyeron que la puerta principal se cerraba y que unos pasos se acercaban por el corredor.

     —¿Mandy? —la llamó John en voz alta guiñándole un ojo a su mujer.

     Ella no tenía intenciones de hacer relaciones públicas en la cocina. A Mandy no le apetecía conversar, pero intuía que sus padres estarían preocupados.

     —La misma —contestó. Asomó la cabeza por la puerta, forzando una sonrisa en su cara—. ¿Qué tal?

     —Esperando que la tarta de queso y moras que hay en el alféizar se enfríe para poder hincarle el diente —replicó John—. ¿Te apuntas?

     —Pensaba acostarme un rato... Estoy muerta. Me parece que esto de descansar tanto reflotó el cansancio de años... —les tiró un beso a los dos—. Pero guardadme un trocito que luego me lo zampo ¿sí?

     Eileen le sonrió con ternura. —Claro, cariño, aquí estará, esperándote con un buen café caliente...

     —Por cierto —se apresuró a decir John. Mandy volvió a asomarse a la cocina—, Raymond ha estado aquí, traía correo para ti. Lo puse junto al escritorio, en tu cuarto.

     Mandy lo miró con el ceño fruncido. Que el sexagenario cartero hiciera un alto en el camino para tomarse un café con los Brady le resultaba una imagen familiar, pero... —¿Junto al escritorio?

     —Es una saca... —aclaró John—. De más de 20 kilos... —ella abrió desmesuradamente los ojos. Su padre asintió sonriendo—. Si necesitas ayuda, grita, ¿de acuerdo?

     Eileen se quedó mirando el lugar donde hacía unos instantes se hallaba Mandy.

     —No está bien, John —meneó la cabeza y miró a su marido—. Hay… tanto vacío en esos ojos preciosos... Está perdida.

     —Necesita tiempo. Nada más.

     Eileen negó con la cabeza.

     —Necesita ilusión, algo que vuelva a encender la mecha… —apartó la mirada—. Los tres son como tú, apasionados, intensos...

     Lo eran. Mandy, la que más. Pero también era fuerte. Y luchadora, como su madre.

     —Mandy es una fiera, señora mía, como otra mujer que conozco que justamente tiene los mismos ojos preciosos —Eileen lo miró de reojo y sonrió de mala gana. Optimismo imbatible, confianza inquebrantable. Ese era John Brady en todo su esplendor—. Sufre, sí. Se siente atrapada, puede que hasta vencida, pero tú y yo sabemos que saldrá adelante —él sonrió suavemente y tomó las manos de su mujer—. Relájate, amor.

     Eileen suspiró. ¿Cómo conseguía ver tan claro? Cuando se trataba de sus hijos, ella sencillamente, solo veía cómo se sentían. Lo recibía con cada célula de su cuerpo. Vibraba con ellos en los momentos álgidos de sus vidas; y en los otros momentos, sentía que se le abrían las carnes y su corazón lloraba desconsolado. Era así. Siempre había sido así.

     John sonrió y la miró con picardía. —Quizás en esa saca hay alguna cerilla que encienda la mecha... ¡Quién sabe!

     “Ojalá”, deseó Eileen. “Ojalá encuentre la ilusión que necesita”.


* * *

     En la saca había cientos de cerillas.

     Durante más de dos horas Mandy tuvo la oportunidad de saber lo que ocurría en sus conciertos, del otro lado del escenario, en el espacio lleno de manos que aplaudían y caras que no alcanzaba a ver. Cientos de cerillas le permitieron mirarse a través de otros ojos y sentirse a través de otra piel.

     Una encendió la mecha.

     "...Mi chica no deja de decirme que es perder el tiempo, que te deben llegar millones de cartas por día y que si te dedicaras a leerlas, no te quedaría tiempo para otra cosa, pero me da igual.

     En la prensa no dejan de decir montones de cosas sobre ti. Para mí son mentiras, como todo lo que dicen. Que lo dejas, que te metieron en un centro de desintoxicación, que hasta tu manager se ha largado... ¿Quiénes son para machacar a la gente de esa manera? Me cabrean, de verdad.

     Yo le digo a Sam, mi mujer, que estarás en las Bahamas retozando al sol con una buena piña colada en una mano, un macizo dándote cremita, disfrutando de unas merecidas vacaciones. Dí que sí, chica. Si es así, tres hurras por ti, por el macizo y por las Bahamas. Llevas tres años de concierto en concierto, alegrándonos la vista además del oído a miles de personas de este país. Ya tocaba descanso.

     Porque eso es lo que haces, Amanda. Alegrarnos. Ninguno de esos periodistas capullos que escriben basura lo dice. Nunca lo dicen. Pero es así. Tengo todos tus cedés. Te escucho en el coche cuando voy a trabajar. Te escucho en casa, en las barbacoas con mis amigos o mi familia... Y si no viviera en el carajo del mundo, te iría a ver en vivo más seguido. ¡Hasta sonabas en el aire cuando le pedí a mi novia que se casara conmigo! ¡Sí! Me declaré a Sam mientras tú cantabas “Elígeme” ¿Qué tal? Hace un tiempo leí no sé dónde, que vienes de una familia feliz. Me cuadra ¿sabes? A lo mejor es un invento más, no sé, pero me cuadra. Tus canciones están llenas de buen rollo. Y tú... Bueno, seguro que no te digo nada que no hayas oído millones de veces, pero haces que salga el sol. En el buen sentido. Y en el otro también, pero no se lo digas a mi chica. Es muy celosa.

     En serio, Amanda, disfruta de tus vacaciones donde quiera que estés, recarga las pilas y vuelve a alegrarnos la vida, guapa. Si tú me prometes cedé nuevo para cuando nazca mi primer hijo, el próximo verano, yo te prometo ir a verte en vivo más a menudo. ¿Hecho? Cuídate. Y vuelve..."

     Mandy volvió a plegar el folio y lo guardó en su sobre. Se llamaba James Miller y, efectivamente, vivía en un pueblito perdido de Arizona.

     Y acababa de darle un par de sopapos y despertarla de un largo sueño. Uno que duraba casi seis años.

     Le parecía increíble que un extraño, en unos pocos párrafos, pusiera ante sus ojos la realidad de su propia vida. La que necesitaba ver. La que debió haber visto desde el principio.

     ¿Por qué había subestimado a la prensa? Machacaban a la gente, y ella les había servido el martillo en bandeja siendo tan poco discreta.

     ¿Por qué sólo daba conciertos en grandes ciudades? ¿Por qué sus fans tenían que recorrer cientos de kilómetros para verla? Era gracias a ellos que había ganado discos de platino y premios.

     ¿Por qué no recibía la correspondencia de sus fans? La prensa la machacaba, pero su música se vendía igual. Lo que hacía, gustaba a quien tenía que gustar, a la gente que escuchaba country. Ellos no le hablaban de tecnicismos, le hablaban de emociones: de las que oírla cantar sus canciones alegres ponía en sus vidas.

     Nunca había pensado en ella misma de esa manera. Nunca había pensado que las poesías sonoras que escribía desde niña pudieran ser más que aquello.

     Era una sensación inédita, casi sobrecogedora, tomar conciencia del efecto que tenían sobre la vida de otras personas. Aunque solo fuera durante un instante de esas vidas, las marcaba. Ponía alegría. “Hacía salir el sol”.

     Aquellos pocos párrafos habían hecho que, por primera vez, tomara conciencia de que ser Amanda Brady, tenía un sentido, uno más allá de sí misma.

     Cuando Eileen y John la vieron entrar en la cocina con una sonrisa radiante, reclamando su trozo de tarta de queso y moras, se miraron aliviados.

     Y dieron gracias a Dios y a Sharon por tener la brillante idea de desviar el correo al rancho Brandy.

     Durante años, había alimentado las trituradoras de papel de las diferentes asistentes de Mandy.

     Ahora, alimentaría sus sueños.


© 2007. Patricia Sutherland







Bombón,
la más sensual de la Serie Sintonías
Disponible en libro impreso y e-book