by Patricia Sutherland
(España)
Uy, qué complicadas se le han puesto las cosas al chico de las rastas… Él lo intenta, pero…
“… Los ojos de la camarera se desplazaron de Dylan al presidente del club de moteros. Fríos, muy fríos.
—Eso he dicho, sí —y acto seguido, empezó a despedirse. Lo mejor era marcharse—. Bueno, me voy antes de que mis jefes cambien de idea y vengan a buscarme. Buenas noches.
—Adiós, guapa —la saludó Dylan.
Conor, en cambio, permaneció en silencio mirándola alejarse, molesto y con su amor propio revolviéndose cual animal herido.
—Parece que voy a tener que afeitarme la cabeza para que me preste atención —comentó.
—¿Y qué tal si creces un poco, tío? —sugirió Dylan al tiempo que abría la puerta del bar.
El motero de las rastas multicolores volvió a cerrarla y se encaró con él, más que serio.
—Contigo está que no caga y conmigo intenta hasta ahorrarse un mísero saludo, así que tú dirás.
“¿Que yo diré?”, pensó el irlandés con sorna.
—¿Eres tonto o te lo haces? Conmigo habla como habla con todo el mundo en este bar, excepto tú. Y es así porque sigue cabreada contigo por el numerito de Barcelona. De mí, pasa; de ti, no. ¿Te enteras o te lo vuelvo a explicar?
Conor no pudo evitar suspirar. Lo hizo con sutileza y casi pasó desapercibido entre los ruidos de la calle. Pero el brillo de sus ojos no pudo ocultarlo. Llevaba semanas jodido por aquel asunto, pensando que la había fastidiado del todo con Andy, y al mismo tiempo, negándose a darla por perdida. No era que se fiara demasiado de lo que decía Dylan, pero necesitaba oírlo. Necesitaba pensar que todavía había esperanzas…”
¡Continúa en antena!
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