La cita de las doce.
Un relato de Amber Lake.
Paula estaba nerviosa; tenía una cita. Había quedado con David esa misma noche, a las doce en punto, y desesperaba porque los minutos pasaban demasiado lentamente.
Aún faltaba casi una hora y pensó en hacer un poco de ejercicio para aliviar la tensión que la espera le estaba provocando. Decidió colocarse las bolas chinas mientras pedaleaba en el stepper. Quería
estar bien dispuesta para cuando llegara el momento, pero tuvo que abandonar apenas unos minutos después. La vibración de las bolas en su interior, intensificada por los movimientos, le provocaba tal excitación que apenas pudo contener el deseo de marcharse directamente al baño y procurarse el desahogo que tanto estaba retrasando.
Resistió. Había prometido esperarle y ella, casi siempre, cumplía sus promesas.
Volvió a mirar el reloj. Las 23:25, hora de comenzar a prepararse para la cita. Quería disfrutar el momento, saborearlo con calma. Llevaba anhelando ese momento muchos días y no era cuestión de precipitarse.
Entró en el baño y se encerró en él. Encendió unas velas y atenuó la luz. Abrió el grifo y comenzó a llenar la bañera con agua templada, al tiempo que agregaba una buena cantidad de las sales de baño con aroma a azahar que había comprado esa misma tarde. El olor dulzón que desprendían la embriagó y sonrió satisfecha, convencida de que a él también le agradaría.
Mientras la bañera se iba llenando, fue desnudándose lentamente, desprendiéndose de cada prenda de forma erótica, improvisando un pequeño striptease como si él estuviese detrás del espejo observándola. Quería seducirlo, cautivarlo.
Una vez desnuda, se recogió el largo cabello en un improvisado moño alto y se metió en el agua. Estaba en su punto, caliente, espumosa, con un delicioso olor a azahar impregnado el pequeño recinto. No pudo evitar emitir un agudo suspiro de puro deleite mientras su cuerpo se iba sumergiendo en el cálido líquido.
Volvió a mirar el reloj. Aún faltaban diez minutos para las doce, pero decidió adelantar los preparativos. Quería jugar con su cuerpo, excitarse de tal forma que, cuando al fin llegara el momento, el éxtasis fuese tan intenso que no pudiera olvidar esa noche en mucho tiempo.
Sus manos se deslizaron libremente por la húmeda superficie de su cuerpo, frotando, rozando, provocando, mimando…, suscitándole tanta excitación que debía morderse los labios para acallar los gemidos de gozo que pugnaban por salir de su boca.
Se acarició los pechos suavemente, con largos movimientos en los contornos, retrasando el momento de llegar a sus pezones y pellizcarlos. Sabía que esa caricia le avivaría el deseo de acelerar los acontecimientos, y ella estaba decidida a esperar a las doce; quería compartirlo con él.
Deslizó su mano suavemente por la tensa planicie de su vientre, en una larga y excitante caricia que acabó entre sus piernas, tentando el clítoris, y volviendo a subir. Coronó sus pechos con espuma y sonrió ante la visión: parecían dos pequeñas tartas de merengue. ¿Le gustaría a David lamerlas?, se preguntó. La imagen que formó su mente hizo que los músculos de la vagina se contrajeran provocando la vibración de las bolas chinas en su interior. Umm… suspiró. Delicioso, muy delicioso.
Decidió jugar con ellas. Las expulsó y fue pasándolas por su cuerpo hasta llegar a los pechos, girándolas en círculos hasta culminar en los pezones. Se entretuvo allí unos minutos. Le gustaba; sí, le gustaba mucho. Deshizo el camino y las introdujo otra vez dentro de ella.
Ese movimiento le resultó tan placentero que supo que había llegado el momento. Eran las 23:58, no podía esperar más. El agua comenzaba a enfriarse y ella estaba a punto, tan excitada que, con unas pocas caricias, tendría un fabuloso orgasmo.
Se concentró en lo que David podría estar haciendo. Lo imaginó ante el ordenador, contemplando imágenes eróticas (o francamente pornográficas) y acariciándose con movimientos lentos que se iban acelerando al compás de los suyos. Se empleó a fondo entonces, hasta sentir los espasmo de placer extendiéndose en intensas y enloquecedoras oleadas por su pubis mientras intentaba acallar los fuertes gemidos que se le escapaban de su garganta. No lo consiguió y temió que estos se hubiesen oído en todo el edificio.
Se relajó con un último y largo suspiro y se giró de costado, imaginando que apoyaba la cabeza en el hombro de David y ambos, rendidos y satisfechos, se adormecían tendidos en una amplia cama.
Mientras una leve somnolencia se iba apoderando de ella, pensó que aún le quedaba otra tarea casi igual de deliciosa: tenía que enviarle un correo electrónico a David describiendo todo lo ocurrido.
Pero eso podía esperar hasta el día siguiente.
© Amber Lake
Autora de Estrategias del destino, El escolta,
y Atrapada en el engaño, su segunda romántica
contemporánea publicada en Marzo 2011.
Website: Amber Lake.
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