Primer amor




7




     Shannon sonrió al verlo recostado contra el marco de la puerta de su despacho. ¿Qué les hacía para tenerlas tan atontadas? Dos controles de seguridad y una recepcionista. Y su teléfono no había sonado ni una vez para avisarle que lo habían dejado pasar.

     —¿Tienes el móvil estropeado? —le dijo a modo de recibimiento, mirándolo divertida.

     Mark se acomodó mejor contra el marco de la puerta, se cruzó de brazos y se dispuso a no perderse gesto.

     —No sabía si me iba a dar tiempo. La reunión del cole acabó antes de lo previsto y aproveché...

     —Pues, yo tengo una en diez minutos —replicó ella, y volvió a dedicarse a sus notas. Hizo unos apuntes y cerró la carpeta. Abrió otra.

     —Vale, Shannon —algo en el tono de su voz hizo que ella levantara la vista.

     Lo vio erguirse, poner las manos en la cintura de sus tejanos de tiro corto, y mirarla con la cabeza un poco ladeada, como si la estudiara. Notó que la camisa azul marino que llevaba se había abierto un poco, dejando entrever parte de la clavícula y un poco de una mata de bello rubio. Y, para variar, volvió a pensar que aquel cretino seguía pareciéndole muy atractivo. Tal vez, demasiado.

     —Este fin de semana Jason está en la ciudad —continuó él—. A Gillian le apetece jugar un rato al billar y después, ir a bailar al Gato Negro y yo quiero que vengas.

     ¿Que él quería qué? Shannon se recostó contra el respaldo, mirándolo entre interrogante y divertida, y se disponía a hablar cuando él se adelantó.

     —No, escucha. Estamos en punto muerto. Soy demasiado vanidoso para preguntarte por qué no me tomas en serio —sonrió, seductor— y tú, por alguna razón, prefieres seguir sin tomarme en serio. Así que esto es lo que vamos a hacer...

     —Yo no pienso hacer absolutamente nada Mark —retrucó ella, dejándolo con la palabra en la boca.

     Él volvió a asentir.

     —Dos segundos después de verte, ese día en el rancho, tuve claro que ibas a ser mía.

     La diversión empezaba a esfumarse de la expresión de Shannon.

     —¿En serio?

     Él se limitó a asentir.

     Ese tío era el colmo de la vanidad y ya estaba bien de tanta tontería. No tenía ni tiempo ni ganas de seguir con el asunto.

—¿Es que llevo una etiqueta con tu nombre en alguna parte? ¿O fue una especie de mensaje del Más Allá? —se cruzó de brazos, mirándolo con desdén—. Y dime... ¿cómo encajo yo en tus planes, exactamente?

     Disfrazaba el enojo de ironía, pensó él, pero ni enfadada perdía el halo inocente que la rodeaba. Hacía que quisiera abrazarla, protegerla...

     Y contestar esa pregunta. Pero sabía que no era el momento de hacerlo, todavía no.

     —Somos el equipo perfecto —dijo Mark, con naturalidad—, pero los comienzos se nos dan fatal. Tenemos que encontrar la manera de pasar de esta fase, Shannon, o vamos a perder el tren.

     Ella siguió en silencio, intentando leer en sus ojos, asimilar lo que él acababa de decir, que por primera vez, a pesar de su propias reticencias, le sonaba serio de verdad.

     —Necesitamos terreno neutral —continuó él—, una partida de billar con gente divertida, una cerveza... Un par de horas pasándolo bien, siendo solamente Shannon y Mark.

     —Soy la oficial responsable de los hermanitos White, y tú, su padre de acogida —replicó ella, socarrona—. No puedo jugarme una partida de billar con alguien a quien después tendré que evaluar.

     La mirada de él se volvió paternal, la de Shannon más dura.

     —Es un asunto muy serio, Mark —miró el reloj y cogió sus cosas. Él imponía. Con todas sus certezas y sus actitudes inapelables—. Que no puedo discutir ahora, me tengo que ir.

     —Eres de las que siempre hacen lo correcto —Shannon se volvió a mirarlo algo sorprendida—. Sabes perfectamente que aunque jugaras mil partidas conmigo, si la fastidio con los críos, me darías caña sin piedad... Y también sabes que he pasado tu evaluación con matrícula —la vio enarcar la ceja y sonrió divertido; lo estaba imitando—. Adoro a esos dos críos y lo sabes.

     Sí, lo sabía. Como hombre sería cuestionable pero como padre de acogida, no. Era inmaculado. Aún así...

     —Es un asunto serio —repitió ella mientras se dirigía hacia la puerta.

     Mark no lo dudó. Atravesó el brazo y le bloqueó el paso justo cuando ella se disponía a salir, obligándola a parar en seco.

     Shannon miró aquel brazo fuerte, su camisa arremangada hasta el codo. Fue una mirada a vuelo de pájaro que no le permitió el tiempo suficiente para tomar conciencia de detalles, pero la cercanía sí le permitió detectar su olor. Olía a Mark. Se dio cuenta que aquel aroma, mezcla de loción para después de afeitar y algo más, se enterraba en sus recuerdos.

     Doce años.

     Cuando sus miradas se encontraron, en la de él había dulzura.

     —Entonces, discutámoslo jugando una partida de billar. En el Beer&Wine. El sábado. Nueve y media ¿te queda bien, o prefieres un poco más tarde?

     Shannon respiró hondo, asintió. Y cuando él retiró el brazo, se limitó a salir del despacho sin apenas mirarlo.

     Mark en cambio, bajó la vista cuando dejó de verla, y sonrió.

     De no estar donde estaba, de no ser tan consciente de su edad y su estatus como era, lo habría celebrado gritando a todo pulmón.

     Se conformó con soltar un puñetazo al aire, victorioso, y marcharse canturreando feliz de la vida.



* * *


     Cathy miró a su nieta sonriendo y puso una mano sobre la taza de café con la que ella llevaba minutos jugueteando, abstraída. Como todos los sábados, comían juntas. Este en particular, Shannon le parecía especialmente ausente.

     —La vas a gastar. ¿No sería mejor que dejaras la cuchara y aprovecharas para contarle a tu querida abuela a qué le estás dando vueltas en esa cabecita loca?

     ¿Hablar de Mark Brady? Tenía más que suficiente con sufrirlo.

     —Tengo a Cheryl en casa, cien expedientes de acogimiento que me tienen todas las semanas de una punta del condado a la otra y una conversación con David, cara a cara, pendiente para dentro de unas semanas, cuando se tome unos días y venga.

     A Cathy se le iluminó la cara.

     —¿Vais a volver a veros?

     Shannon la miró de reojo.

     —No te hagas ilusiones. Quiso que nos tomáramos dos meses más y lo habláramos personalmente pero mi decisión no ha cambiado.

     —Si no ha cambiando, entonces ¿qué te preocupa?

     —No me preocupa.

     Cuando Shannon miró a Cathy, tuvo claro que la excusa no había colado.

     —Quedé con alguien esta noche... —empezó a decir eligiendo cuidadosamente las palabras y controlando, de a ratos, la expresión de su abuela. Ella sonreía con picardía—. No sé si quiero ir... Bueno —se apuró a añadir—, ni si debo...

     —¿No quieres o no debes? —Cathy le acarició el cabello—. ¿No estarás haciendo tonterías, no?

     Shannon negó con la cabeza. Tonterías en el lenguaje irlandés católico de su abuela era igual a hombre casado o separado.

     —No sé si quiero.

     Y si quisiera, sin dudarlo, tampoco debería: era un plan horrible que, además, la alejaría del expediente de los hermanitos White, algo que Marian Ross le había dejado claro que no quería hacer, a menos que hubiera razones de peso. Como ésta.

     —¿Por qué?

     —Por qué —repitió ella mecánicamente—. Porque tengo a Cheryl en casa, cien expedientes que me tienen de una punta a la otra del condado y una conversación sincera y definitiva pendiente con mi ex novio de cuatro años —resbaló hacia abajo en la silla con media sonrisa irónica en la cara—. No quiero tener más cosas en las que pensar...

     —¿Él no te gusta? —le preguntó Cathy, maternalmente.

     Demasiado. Después de oírle decir que “iba a ser suya”, incomprensiblemente, más.

     —Está bien —mintió—. Pero yo no quiero más complicaciones ahora... Y además, no sé, no necesito otro hombre que me diga que soy estupenda para llevarme a la cama, lo que necesito es ilusión. Volver a suspirar por alguien. Sentirme viva.

     Cathy le tomó las dos manos y le habló con cariño.

     —¿Cómo vas a volver a suspirar por alguien si ni siquiera intentas conocerlo? No siempre es como una descarga eléctrica ¿sabes? La mayoría de las veces es lo que conoces lo que consigue hacerte suspirar... Te enamoras de cómo es, no de lo que parece ser...

     No quería saber cómo era. Ni suspirar por él. Por Mark, no.

     Pero estaba otra vez en su vida. Quisiera o no, estaba ahí. Con una dialéctica tan arrasadora como sus vistas espectaculares, que ya era decir.

     —¿Te acuerdas del cretino que me invitó a salir y luego se ligó a Cheryl, cuando estaba en el instituto? —dijo apenas mirando a su abuela.

     Claro que se acordaba. Nunca lo había llegado a conocer pero había oído hablar de él mucho tiempo. Como Shannon no se lo había dicho a su hermana, se desquitaba con ella. La rabieta le había durado semanas.

     —¿Es él? —preguntó Cathy, divertida. Shannon asintió, roja como un tomate—. Bueno, decías que era guapísimo...

     —Y un capullo que ni siquiera se acuerda que soy esa chica, la hermana de la que se ligó —añadió Shannon, irónica.

     Cuanto más lo pensaba, más rabiaba.

     Cathy rió de buena gana. Menuda historia.

     —Bueno, los años pasan para todos. Tú ya no eres la justiciera pesada de entonces, seguro que él tampoco es el mismo cretino...

     No, seguro que no. Ahora era un hombre bastante singular, lo que complicaba las cosas en vez de simplificarlas.

     —Es uno de mis expedientes de acogimiento.

     —¿Y eso? —preguntó Cathy con el ceño fruncido. Le había dicho que no estaba haciendo tonterías así que él estaba soltero, o al menos, libre de compromisos importantes.

     —Es padre de acogida de dos hermanitos.

     La expresión de su abuela era poesía.

     —¿Pasó las pruebas? —Shannon asintió—. ¿Pasó tu evaluación?

     —Con sobresaliente, sí —respondió, sin mirarla.

     Sonaba así de bien. Y en vivo y en directo, con esos críos era infinitamente mejor.

     —Si dejas que se te escape, eres tonta.

     Shannon sonrió, socarrona, y miró hacia otro lado.

     Dejar que se le escape, ya.

     ¿Cómo podía escapársele algo que nunca había sido suyo?




© 2007. Patricia Sutherland







Primer amor,
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