Requisitos:
Imprescindible:
Interesados preguntar por Patricia Sutherland en el bar "Ruedas", junto al stand 17 de la zona de expositores.
Así rezaba el anuncio que distribuí en cada rincón de la Harley Days que se celebró en Barcelona del 11 al 13 de julio de 2008, coincidiendo con el 105 aniversario de Harley Davidson.
Sí, ya sé lo que estarás pensando... pero ¿qué otra cosa iba a hacer? Tenía que escribir una novela en la que el protagonista no sólo debía ser menor que la heroína, sino además motero... Y mira, las motos no son lo mío y todos los aficionados a ellas que conozco, que son pocos, suspiran por los bólidos japoneses y usan la misma talla que Valentino Rossi... ¿entiendes a lo qué me refiero? Pues eso :)
Entonces, ví una Harley preciosa en una de esas rutas de vehículos antiguos que de tanto en tanto salen a hacer kilómetros, y poco después me enteré de que en Barcelona se organizaba una convocatoria internacional -lo que los frikis de Harley llaman "Harley Ride"-, y lo demás es historia...
Me encanta Barcelona, y realmente, había quedado prendada de aquella Harley azul metalizado que había pasado junto a mí en la carretera, así que no me lo pensé dos veces, y allá que me fui.
Aquello era una locura: de gente, de motos, de atascos, de calor... Y al mismo tiempo un espectáculo increíble: una fiesta de chicas impresionantes, montones de cerveza y moteros completamente locos, exhibiéndose sin pudor. Verlos pasar abordo de motos alucinantes, oír el rugido de los motores, esa invasión de colores metalizados y cromados refulgentes... ¡Qué maravilla! Pero yo no había ido a Barcelona a maravillarme, sino a encontrar un protagonista para mi novela, y hacerlo entre un mundo de más de trescientas mil personas no sería sencillo. Necesitaba un plan. Y se me ocurrió lo del anuncio...
El primer día atendí a un batallón de calvarotas con (y sin) coleta y chaleco de cuero. Todos tipos agradables que se acercaban no tanto porque les interesara la propuesta sino porque encontraban divertida mi iniciativa y querían conocerme. Lo pasé muy bien, recibí invitaciones para montar en moto en todos los idiomas de la Unión Europea (y no confesaré cuántas acepté), pero acabé el viernes sin encontrar a mi protagonista ideal y, lo reconozco, empezando a temer que quizás no lo encontraría allí.
Pero el sábado, a eso de las doce, la suerte me sonrió.
Bueno, en realidad el que me sonrió fue un rubio de pelo largo que entró al bar acompañado por otro motero. Los dos eran altos, pero el moreno era algo más fornido y tenía pinta de ser mayor. Calculé que rondaría los treinta, lo cual lo eliminaba como posible candidato... Conclusión: le obsequié al rubito una de mis mejores sonrisas :)
El lugar estaba lleno de gente y en la barra no cabía un alfiler. El de pelo largo se encargó de pedir mientras su acompañante se dedicaba a hacer una inspección visual del lugar sin reparar en mí, que sentada a una de las mesas del fondo, acababa de despedir al último entrevistado y ahora, los "inspeccionaba" a ellos. Mejor dicho, a él. Al caballero de las largas melenas.
Me gustaría decir que destacaba por su forma de vestir o por su actitud... Ya sabes, las escritoras de novela romántica, cuando describimos a nuestros héroes, nos gusta darles ese halo especial que los haga diferentes. Pero en un entorno de frikis de Harley para mí todos eran iguales -vestían igual, se comportaban de manera semejante y hablaban de lo mismo-, y la única diferencia que encontré en aquel momento fue que en este caso no se trataba de un calvorota con coleta. Sí, mi héroe potencial llevaba el uniforme oficial de los moteros: unos vaqueros, borseguíes, chaleco de cuero y una camiseta de mangas cortas -en su caso, todo color negro-. Llavero de cadena, cinturón de pinchos y pulseras en las dos muñecas. A diferencia de ellos, tenía una llamativa melena rubia y lacia que le cubría parte de la espalda.
Bueno, pensé, como se suele decir, algo es algo ¿no?
Continué observándolos. Un par de chicas que estaban en un grupo mixto de diez o doce personas se les acercaron en su camino hacia la salida. Una de ellas dijo algo y el moreno se inclinó, seguramente en un intento de oírla en un ambiente donde el nivel de decibelios era lo bastante alto como para dificultar la comunicación normal. Él sonrió ante lo que escuchaba. La conversación fue breve, y acabó con él ofreciéndole la mano en la que la chica garabateó algo -imagino que un número de nueve cifras-, tras lo cual ambas se marcharon. Entonces, el rubio desapareció de la vista un instante para luego emerger del montón de gente que atestaba la barra, con dos jarras de cerveza en una mano y un taza sobre un platillo en la otra. Le entregó una de las jarras a su amigo, se dió la vuelta...
¡Y se puso en marcha hacia mí!
Serpenteó entre la gente, rodeando mesas y esquivando el ir y venir frenético de los tres camareros ocupados de saciar a los sedientos clientes que habían tenido la suerte de conseguir dónde sentarse. No me miraba, parecía más pendiente de no derramar el contenido de la taza que portaba, pero definitivamente venía hacia mi mesa. Y cuando llegó habló en un inglés "saltarín" cuyo origen no tuve ningún problema en reconocer. Era súbdito de su Majestad Elizabeth II del Reino Unido de Gran Bretaña.
—Espero que no te importe. Pedí sangría pero me sirvieron ésto... —apoyó el platillo con cuidado y lo empujó hacia mí.
A continuación apartó una silla y se sentó sin esperar invitación.
—Quizás no te entendió... —le dije. La verdad sea dicha, a mí tampoco me había sonado a "sangría".
Él bebió un buen sorbo de cerveza, retiró la espumilla de sus labios con la lengua.
—Más bien creo que se le fue el santo al cielo cuando me miró... —y tras soltar su pegote de vanidad sobre la mesa y embardunarme con él, sonrió.
—Es comprensible —respondí y recorrí el perímetro de un vistazo rápido—. Si los de Pantene vinieran hoy aquí a elegir modelo para el próximo anuncio, ganarías por goleada... Pero ya sabes lo que dicen, en el país de los ciegos... —y tras soltar mi pegote de malicia, sonreí.
Él me miró divertido, se arrellanó en la silla. —Vale, ¿y tú, qué? Porque supongo que no me has sonreído para ver si te contaba mis trucos de belleza para el pelo, ¿o sí?...
Fue oírlo y ver a Tess -la prota de Princesa- ante mis ojos con sus gafas redondas estilo John Lennon y su hablar pausado, haciendo el apunte de rigor: "se dice belleza capilar, es lo más correcto". De pronto empecé a verlos a los dos, ensarzados en una conversación, pulla va, retórica viene... Y por un momento me olvidé de todo.
Unos dedos con las uñas pintadas de negro, sonando delante de mi cara me devolvieron a la realidad.
Bueno, quizás no tan perfecta, pensé. No las tenía todas conmigo de que Tess lograra sobreponerse al shock de coprotagonizar una novela con un hombre que llevaba el pelo más largo que ella, pero lo de las uñas pintadas de negro... Eso no colaría de ninguna de las maneras.
—Me interesas tú, por supuesto —le dije—, no tus trucos que en todo caso, dudo que compartieras conmigo... Todas las bellezas que ves por ahí nunca hacen nada para tener ese aspecto. No hay lentillas de colores ni inyecciones de colágeno, ni narices operadas, ni pechos de silicona ni nada de nada... Los cirujanos plásticos no existen. Siempre es natural —sonreí—. Les viene de familia. Así que imagino que en tu caso serás descendiente de alguno de los miembros del grupo Europe<span style='font-size: 50%'>(1)...
Él frunció el ceño y yo hice un gesto con la mano. —Da igual, yo me entiendo.
Él se pasó los dedos por la oreja, como si se rascara... Decidía su siguiente paso, estaba claro. Y yo me entretenía decidiendo que aquella media docena de pendientes que lucía en el pabellón tampoco colaría.
—Pues, yo no entiendo mucho que digamos —se incorporó en su asiento y se acercó un poco a mí—. ¿Quieres rollo o mareas la perdiz?
—¿Que si quiero... qué? —ahora la del ceño fruncido era yo—. Espera un momento... ¿tú crees que yo...?
Una carcajada que juro por Dios no pude retener, dejó la frase inconclusa.
Pero no lo bastante inconclusa como para que él no la entendiera, y la reacción de desagrado fue evidente y no se hizo esperar.
—Oye, nena... ¿de qué vas?
Aquellos enormes ojos castaños me miraban exigiendo una respuesta inmediata y sincera.
—Soy escritora y estoy aquí por trabajo no para ligar contigo, listillo. Además, no quiero parecer descortés pero... eres casi un niño ¿cuántos años tienes?
—Los suficientes para hacerte pasar un rato que no olvidarías en toda tu vida —replicó él, rezumando desparpajo por todos los poros. Hizo una pausa para beber otro sorbo de cerveza, y luego añadió—. ¿Cómo es eso de que eres escritora?
Increíble. Resulta que él no estaba allí por el anuncio. Sólo se había acercado con la intención de "hacerme pasar un rato que no olvidaría en la vida". Vaya con el niño.
—Creo que ésto te va a doler -le advertí con picardía, y acto seguido tomé un ejemplar de la pila de cuartillas que estaba junto al servilletero y lo dejé sobre la mesa, frente a él.
Él leyó el anuncio sin moverlo de donde yo lo había dejado. Ví que su ceño se fruncía otra vez, y a continuación una sonrisa ladeada hacía acto de presencia.
—¿Te estás quedando comigo? —fue todo lo que dijo.
Yo negué con la cabeza enfáticamente.
—Tengo el argumento —expliqué—. Tengo la chica perfecta. Y ahora necesito el protagonista adecuado, pero tiene que ser más joven, una especie de anti-héroe y encima, motero... Y por más que le he dado mil vueltas, él no me viene a la mente. No consigo verlo ¿entiendes? Así que pensé que si venía aquí, quizás encontraría alguien en quién inspirarme... -sonreí-. Aunque quizás, ya lo he encontrado...
—Es verdad —dijo, y se puso de pie—. Ya lo has encontrado.
Miró hacia la barra y le hizo una seña a su amigo de que se acercara.
—Me refiero a ti...
—No, no te refieres a mí —replicó. Su amigo ya estaba de pie junto a la mesa, mirándonos, y él le palmeó el hombro—. Te refieres a él. Aquí está tu protagonista. Un tipo simpático, con buen lomo y una buena cuenta corriente, que además es bastante romántico... De esos que se ponen de punta en blanco y se perfuman cuando van a buscarla al trabajo, ¿no, Evel?
—Limpio no romántico —precisó el moreno, y me ofreció su mano—. Soy Brian Rowley. Mis amigos me llaman Evel.
Yo estreché su mano, complacida y me presenté.
—¿Ves? —intervino el rubio con una sonrisa divertida—. Acaba de llegar y ya se ha presentado como todo un caballero... De mí después de diez minutos sentado a tu mesa ¿qué sabes?
—¿Te refieres a qué más sé aparte de que "me harías pasar un rato inolvidable"? —dije haciendo el gesto de ponerle comillas. Ví que Evel le echaba una mirada recriminatoria y meneaba la cabeza, y que mi protagonista ideal se partía de la risa-. ¿O a que cuando pides "sangría", inexplicablemente, te sirven un café doble? Aunque no lo creas, ambas cosas dicen mucho de ti... Venga, sentaos y charlemos...
Evel aceptó mi oferta de inmediato. Su amigo no.
—Él se sienta. Yo paso... —dijo—. Mi chica me está esperando para que la ayude a ponerse en forma para el Desfile de Banderas de mañana...
—¿Tu chica? —le pregunté curiosa.
Él sacó el móvil, y tras manipularlo unos instantes me lo enseñó.
La imagen de una moto impresionante ocupó toda la pantallita. Roja, lustrosa, con todos los acabados cromados relucientes... Se trataba de una moto espectacular, pero era una moto no una mujer.
—No puedo creer que le llames "mi chica" a una moto... —comenté, risueña.
—No es una moto —dijo burlón— es la Naomi Campbell de las motos. Y se llama Princesa —dijo cuando ya se estaba alejando.
—Eh... espera un momento... ¿no vas a decirme cómo te llamas tú?
Él se encogió de hombros y abandonó el local dejándome con la palabra en la boca.
—Dakota —respondió Evel—. Así lo llaman todos... Hasta sus padres, pero su nombre real es Scott Taylor. Y por un papel en tu novela, te cuento de él todo lo que quieras saber.
Un motero llamado Dakota que montaba una preciosidad de moto a la que había bautizado Princesa...
Perfecto, pensé. Volví la vista hacia el moreno que se ocultaba detrás de unas Ray-Ban de aviador.
—¿Todo lo que quiera? ¿En serio? —le pregunté.
Él asintió con una enorme sonrisa en los labios.
Y yo, saqué la grabadora de mi bolso, mi block de notas y me dispuse a conocer vida y obra del candidato seleccionado; el motero rubito de la melena bestial.
(1) Por si acaso tú también has fruncido el ceño, te cuento que un distintivo estético de este grupo de los años '80, eran sus cabellos: todos tenían unos "pelos divinos". Aquí puedes verlos en una actuación en directo.
Patricia Sutherland, 15/07/2008.
© 2010. Patricia Sutherland.