Bombón




8




     El Gran Ole Opry, cede de la 38ª edición de entrega de los Premios CMA, todavía atronaba en aplausos mientras Mandy abandonaba el escenario, enfundada en un sobrio traje de pantalón negro y unos Manolos con tacón de vértigo. Había ganado el premio a la Mejor Vocalista Femenina del año, pero recibirlo no era lo único que había sucedido durante los escasos minutos que estuvo sobre el escenario.

También había visto a Jordan, por la décima fila.

Acompañado.

     Mandy se las ingenió para no dejar de sonreír mientras bajaba las escaleras y atravesaba el backstage por un corredor lleno de colegas y conocidos que le daban la enhorabuena y se acercaban. Sonrió, puso expresión de “ahora no puedo” y continuó andando con el premio en una mano y un nudo en el estómago.

     Entró al baño de señoras con la cabeza baja y una mano en la cara, como si tuviera una pestaña dentro del ojo. Enfiló directo a un cubículo, y cerró la puerta.

     Se sentía como una idiota.

     Había ganado el premio, lo que quería decir que sus fans estaban reflotando su carrera, que no estaba profesionalmente hundida, que aunque la crítica llevara meses cebándose en ella, la gente seguía comprando su música.

     Debía sentirse agradecida, estimulada, aliviada...

     Y en cambio, se sentía idiota.

     Idiota porque volver a ver a Jordan, tenerlo un rato, le había resultado mucho más estimulante que la idea de quedarse con el premio.

     Porque toda ella, su peinado suelto y vaporoso, su traje femenino y sobrio, sus tacones... Todo lo había elegido cuidadosamente pensando en él.

     Quería ser la Mandy que a él le gustaba.

     Porque se había pasado los últimos diez días, desde que habían hablado en aquel club de Nashville, pensando en Jordan. Contando los minutos que quedaban para volver a verlo, ansiosa como una quinceañera. Impaciente por explicarle su nuevo plan profesional, y que a él le pareciera tan genial que no se lo pensara dos veces, y aceptara volver a ser su manager.

     Y desesperada por recuperar su compañía, sus modos amables, lo segura que se sentía a su lado.

     Más que idiota. Imbécil.

     Jordan no había asistido solo. Se había llevado una de sus infaltables acompañantes perfectas.

     A él le importaba un pimiento ella, su nuevo plan profesional, su traje negro y sus tacones.

     Le importaba un pimiento volver a estar con ella, ni como Manager ni de cualquier otra forma.

     Mandy bajó la cabeza, miró la mano con que sostenía el premio.

     Estaba temblando de rabia.


* * *


     Las felicitaciones se sucedían sin fin. Mandy sonreía, estrechaba manos, devolvía besos y se involucraba en conversaciones como si tal cosa. Gillian, que la conocía muy bien, sabía que algo sucedía aunque no sabía qué.

     Durante la recepción que siguió a la entrega de premios, cuando entre un gentío vio aparecer la atractiva figura de un Jordan Wyatt vestido de Armani azul petróleo que se acercaba donde estaban los Brady, con una señorita del brazo, Gillian tuvo el primer pálpito de que lo que le sucedía a Mandy tenía que ver con él.

     —¿Qué puñetas hace con esa mujer? —preguntó Gillian a Jason en voz baja.

     Él miró en dirección de la mirada de Gillian, y tuvo ganas de asesinar a un vikingo.

     —Me lo voy a cargar... Está loco. ¿Cómo se le ocurre...?

     No era una señorita cualquiera. Gillian frunció el ceño e intentó recordar dónde había visto aquella cara.

     Cuando lo recordó, también quiso cargarse al vikingo.

     —¿No es Tyler Bradford? ¿La hija de ese multimillonario?

     Jason no necesitó mirar a la mujer. Miró a Mandy de reojo y cuando vio la expresión de su cara, tuvo la respuesta.

     Era Tyler Bradford.

     Jordan ya estaba allí, a un metro escaso del círculo que formaban los Brady, con su sonrisa gentil y unos ojos brillantes que delataban sus nervios. Se disponía a hablar cuando la reacción de Mandy los dejó a todos sorprendidos. A Tyler Bradford, de una pieza, incómoda y ofendida por un tratamiento que, evidentemente, no estaba acostumbrada a recibir de la gente.

     —Hola, Jordan —se limitó a decir la cantante antes de dar media vuelta, y abandonar el grupo—. Disculpad.

     Dicho y hecho.

     Mandy giró ciento ochenta grados sobre sus tacones, y se encaminó hacia donde charlaban unos colegas de profesión.

     Jordan no solamente se había presentado en su entrega de premios con otra mujer. Lo había hecho con la mismísima Tyler Bradford, una mosquita muerta que había conseguido convertirse en una barbi a golpe de bisturí e implantes de silicona.

     ¿Cómo tenía la cara de pavonearse con aquel engendro en sus narices? ¿De posar con aquella “cosa” en las fotos de su entrega de premios?

     Que te jodan, Jordan.


* * *

     “Hola Jordan. Disculpad”. Aquellas fueron las únicas tres palabras que Jordan le escuchó decir aquel día.

     Y las últimas.

     Supo en aquel instante que la había fastidiado bien, pero secretamente esperó que a Mandy la rabieta se le pasara en un par de días.

     Una semana después se dio cuenta que no iba a pasársele. La había llamado varias veces al rancho; ella no se había puesto al teléfono. También la había llamado al móvil; ni contestó ni devolvió ninguna llamada.

     Y allí estaba él, esperando que Jason abriera la puerta de su apartamento para averiguar qué estaba sucediendo, a sabiendas de que le iban a leer la cartilla. Jason le había dicho de todo por presentarse en los CMA acompañado y hacer enojar a Mandy.

     —Vaya... —dijo Jason sardónico mientras le abría la puerta—. ¿No has traído a Tyler contigo?

     Jordan entró sin contestar. El dueño de casa cerró la puerta.

     —No me lo digas —continuó Jason en el mismo tono—. No consigues hablar con Mandy ¿a que no?

     Lo vio respirar hondo, apoyarse contra la pared, junto a la puerta de la cocina y negar con la cabeza.

     Jason le pasó una cerveza y siguió camino hacia el salón con expresión incrédula.

     —Normal.

     —¿Y qué querías que hiciera? ¿No ir? ¿Te parece que se habría cabreado menos si pasaba de ir?

     Jason lo miró molesto y meneó la cabeza.

     —¿De qué planeta eres, Jordan? Cualquier tío habría ido. Solo. Y habría intentado llevársela al huerto. Es lo que hacemos los tíos, chaval. Y lo que esperaba ella.

     Jordan sintió que su corazón alteraba el ritmo.

     —¿Te lo dijo Mandy?

     —No —respondió el quarterback, burlón—. No necesita que su hermano le diga qué esperar de los hombres. Lo sabe muy bien porque ella hace igual. Joder, Jordan... ¿Qué coño te pasa?

     Las palabras le salieron del alma, como si no fuera su cerebro el que daba las órdenes.

     —Estoy loco por ella. Eso es lo que me pasa. La dejé porque estaba a punto de perder los papeles. Me vine aquí para olvidarme de todo, para empezar de nuevo, y cada jodido día es peor. No puedo estar con ella, pero sin ella es peor. No puedo hacer lo que haría cualquier tío... Con ella no soy cualquier tío. Soy uno desesperado por tenerla. No puedo ser cualquier tío... Ojalá pudiera...

     —Eres un capullo —aclaró el dueño de casa. Jordan bebió un trago de su cerveza. Permaneció en silencio un rato.

     —Vale —dijo al fin—. ¿Qué hago ahora?

     Jason sonrió de mala gana, meneó la cabeza.

     —Hablo en serio. ¿Qué hago? —insistió Jordan.

     —¿Por qué estas tan acojonado? —Jason lo miró a los ojos intentando entender. Para él, que Jordan quisiera a Mandy debía ser doble razón para intentar tener algo con ella.

     —Porque si no se cuelga de mí me voy a hundir en la miseria. Me va a hacer polvo, tío. Y no voy a levantar cabeza nunca más.

     —Está colgada de ti. ¿Qué necesitas para darte cuenta? ¿Que lo escriba en el cielo con marcador fosforito?

     Jordan contuvo el aliento. ¿Lo sabía, o hablaba por hablar? Jason continuó, vehemente.

     —Tío, hace dos semanas vino a Nashville esperando verte. Se disculpó contigo. ¡Se disculpó! ¿Cuándo has oído a mi hermana disculparse con alguien, no hablemos de un hombre? —con cada palabra de su amigo, el corazón de Jordan latía más fuerte—. Y aquel traje negro que se puso en la gala... Llevaba tu nombre, chaval. Era para ti.

     Jordan bajó la cabeza. De pronto, veía a través de un montón de puntos brillantes aquí y allí.

     —Se dio media vuelta y se largó para no montar una escena —continuó Jason—. Te habría metido un guantazo allí mismo, sin pestañear... y a Tyler, le habría arrancado la piel a tiras. ¿Sabes cómo se llama eso?

     Jordan tragó saliva, miró a Jason de reojo.

     “Celos”, lo escuchó decir.

     Ahora además de la carrera loca que había emprendido su corazón, Jordan sudaba. A chorros.

     —¿Te lo ha dicho ella? —se animó a preguntar, pero el coraje no le alcanzó para mirarlo mientras lo hacía.

     Jason no contestó inmediatamente. Conocía a Mandy muy bien; a Jordan, mucho mejor. Si decía la verdad, él seguiría en Nashville y su hermana en Camden.

     —Sí —respondió, buscando la mirada de su amigo.

     Jordan respiró hondo y cuando exhaló fue como un suspiro. Como si la emoción, o la impresión, fueran tan intensas que no pudiera respirar.

     Eran tantos los pensamientos que le cruzaban la mente... Su cerebro empezaba a atar cabos y con cada uno que ataba, su corazón daba una fiesta cada vez más febril, cada vez más ruidosa.

     —De acuerdo —dijo finalmente, y cuando volvió a mirar al quarterback había una expresión completamente nueva en su cara.

     Jason le palmeó la rodilla, encantado.

     Jordan mantuvo la mirada, con los ojos brillantes.

     Y una sonrisa leve, violenta en la cara.


* * *

     En Camden, Gillian intentaba algo parecido con menos éxito. Aunque había pasado una semana, Mandy seguía igual de rabiosa que el día de la ceremonia de entrega de premios. Acababan de ver Pretty Woman en el DVD por tercera vez, bromeaban sobre las atractivas canas de Richard Gere y estaban solas en el salón. Mandy parecía relajada y Gillian pensó que era una buena ocasión para volver sobre el tema. Jordan había llamado tres veces en lo que iba de día.

     —Habla con él, Mandy. Sabe que la fastidió e intenta disculparse. ¿Hasta cuándo vas a seguir pasando de él?

     La respuesta fue como un pelotazo. La vio ponerse de pie, decidida, y hablarle mientras la apuntaba con un dedo.

     —No digas ni una palabra más —sentenció—. Ese cabrón es historia. ¿Está claro?

     Mandy no le dejó tiempo para añadir nada. Se dio media vuelta, igual que había hecho en los CMA y abandonó el salón.

     Segundos después, Gillian oyó que cerraba de un portazo la puerta de roble de la entrada, y cansadamente, sacó el móvil de su bolsillo trasero. Seleccionó una memoria.

     —¿Qué tal, pitufa?

     Oír a Jason la animó, como siempre. Casi sin darse cuenta, una sonrisa inmensa le iluminó la cara.

     —Feliz de oírte. Y preocupada por Mandy. Sigue atacadísima…

     Lo escuchó reír.

     —Normal. Será mi amigo, pero menudo capullo está hecho…

     —Si, se lució desde luego… Pero lo de Mandy, no sé… Hoy la llamó tres veces al fijo. Debería ponerse. No está bien lo que hace… No es alguien que conoció en una gira, es Jordan…

     Jason se estiró en el sofá y cruzó las piernas sobre la mesita pequeña.

     —Bueno… Me parece que Mahoma va a ir a la montaña…

     Gillian sonrió interrogante. —¿De qué hablas?

     —Jordan estuvo aquí. Acaba de irse. Me parece que con un poquito de suerte igual pronto lo ves con tus propios ojos…

     —¿Va a venir? —preguntó ella, ilusionada.

     —Sip.

     —¿Y eso?

     —No te hagas ilusiones, no fue por evolución natural. Pero vi la ocasión y me puse el traje de Cupido…

     —¿En serio? —dijo ella riendo.

     —Sí, mentí como un bellaco, pero si lo de que te crece la nariz es una fábula, puede que nadie se entere… No creo que el colega tenga el valor de preguntarle a Mandy en su propia cara si está celosa.

     Gillian soltó la risa. —¿Le has dicho que está celosa?

     —Le dije que ella me había dicho que se había ido así porque si se quedaba, a él le soltaba un guantazo y a su acompañante le arrancaba la piel a tiras…

     Gillian se tapó la boca alucinando. —Te has pasado…

     —Jugué fuerte, sí. Pero no creo que él se anime a repetirlo. Sólo con oírlo casi le da un infarto… —dijo riendo. Escuchó que ella reía también—. Dios, está loquito por Mandy… Después de lo de los CMA, ella no va a aflojarle lazo. Así que tiene que ser él. Si no le mentía, iba a seguir igual, lamiéndose las heridas, dándome la tabarra y a mil kilómetros de mi hermana…

     —Has hecho bien. Tienen que hablar. Así no pueden seguir… Bien hecho, campeón.

     —¿Y aparte de Mandy, qué tal?

     Gillian se puso más cómoda en el sillón, con un cojín debajo de la cabeza, y se dispuso a disfrutar de su amigo del alma los siguientes minutos.


© 2007. Patricia Sutherland







Bombón,
la más sensual de la Serie Sintonías
Disponible en libro impreso y e-book


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